Rápido y sonoro
La película de los asaltantes de bancos es un pasaje a una montaña rusa: pura adrenalina, tensión y entretenimiento, con la mejor con la mejor música.
Prepárese para un paseo en la montaña rusa, si es que una montaña rusa pudiera tener música funcional. Así es como se siente la experiencia de ver Baby: el aprendiz del crimen (Baby Driver) en la pantalla grande: un paseo frenético y entretenido sobre un grupo de asaltabancos que se escapan en un auto manejado por una bestia, una joven bestia.
Esa es la premisa fundamental de la primera película del británico Edgar Wright que se estrena en nuestra ciudad, quien si bien es debutante en la sala grande local, no lo es para los cinéfilos que han seguido su trilogía Zombies Party (Shaun of the Dead, 2004), Arma fatal (Hot Fuzz, 2007), y Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End, 2013), hechas con su colaboradores de siempre, Simon Peg y Nick Frost.
En este experimento, Wrigt se pone al frente de un elenco de primera, con Kevin Spacey como un capo mafia de corte intelectual, que organiza atracos a bancos con planes de precisión quirúrgica. Su as bajo la manga es, claro está, el conductor designado para salir del lugar con éxito, única pieza que se repite en cada golpe comando.
Estamos hablando de un pibe muy especial llamado Baby, muy bien interpretado por Ansel Elgort, que escucha música en sus auriculares todo el tiempo y que maneja un auto como la prueba viviente de que Sébastien Loeb y Letty de Rápido y furioso tuvieron un hijo alguna vez. Baby no solo escucha música, también graba las voces y crea sus propias melodías. ¿Es tonto? No, pero lo parece. Igual, no se le pasa nada. Eso sí, su personalidad exaspera a los maleantes que trabajan con Spacey: un Jon Bernthal que abre el juego pero que después es desperdiciado en su participación, un Jon Hamm que de tipo amistoso y franelero pasará a mostrar un costado más oscuro, y un Jamie Foxx que encarniza al matón prepotente sin nada que perder.
Por qué un chico joven está asociado a un criminal de alto vuelo y por qué se comporta raro, es lo que la narración se encargará de descifrar con el paso de los minutos. Hay una historia detrás de la historia que justifica las decisiones de Baby, aunque quienes busquen una trama policial más compleja tal vez encuentren el guion un poco perezoso, una historia romántica que coquetea con el cliché y soluciones muy convenientes para destrabar los conflictos. Lo que fascina aquí son las escenas de persecución en automóvil: electrificantes pero al mismo tiempo elegantes, delicadamente diseñadas, con exquisito montaje y musicalización.
Es que sí, la música merece un capítulo aparte ya que se constituye como un personaje más. Cada compás está pensado con precisión y sentido, a tal punto que los tiroteos se compaginan con los acordes. Por todo ello, y sin dejar de lado que se trata de una película de género, Baby Driver es el ejemplo de que en el cine no todo auto que corre, es necesariamente rápido y furioso.