Edgar Wright nos da una 'master class' de montaje, en esta aventura excedida de adrenalina en la que se advierte la forma cinematográfica en su máxima expresión.
El iPod señala Bellbottoms, de Jon Spencer Blues Explosion, escuchando esta canción Baby (Ansel Elgort) aguarda en un automóvil (robado) a que un grupo comando termine de atracar un banco para después huir. La fuga es impresionante. Baby: El Aprendiz del Crimen comienza con una escena de persecución que no da respiro, una coreografía de acción perfectamente orquestada.
Baby es un eximio conductor, un as del volante, y pese a no querer involucrarse en el mundo del hampa, está obligado a saldar una antigua deuda con Doc (Kevin Spacey), el rey del crimen. Si bien está a punto de cumplir sus últimos trabajos, él pasará a ser el amuleto de la suerte de Doc, quien bajo amenaza no lo dejará desvincularse del cosmos delictivo.
El joven de pequeño perdió a su madre en un accidente, quien era una gran cantante, y también padece un trastorno auditivo: oye una especie de zumbido permanente. En parte, por estos motivos escucha constantemente música y no concibe su vida sin esta. A Baby no le queda casi nadie, solo sus mezclas musicales grabadas en casetes, un padrastro con problemas de salud y su amor por Debora (Lily James), con quien anhela un nuevo comienzo.
Si bien esta película cuenta con un argumento convencional y algo predecible, gana por su construcción formal y por saber concebir climas. No solo adopta la música como una protagonista más de la trama, también está cargada de referencias cinéfilas, sobre todo a las del cine de acción de los años 70’ y 80´. También posee ciertos rasgos del film noir en cuanto alude a los límites difusos entre el bien y del mal, y al presentar a nuestro protagonista como un antihéroe amenazado por su oscuro pasado.
Baby: El Aprendiz del Crimen, comienza como una película cool, la típica del joven genio que es sumamente habilidoso y tiene muy en claro a donde se dirige; pero con el pasar del metraje esto se va diluyendo, Baby es una bomba de tiempo emocional y la historia explota, literalmente hablando. Lo que parecía un robo de guante blanco se torna sangriento, hasta gore, al mejor estilo Natural Born Killer de Quentin Tarantino.
Nos encontramos ante una cinta magistralmente editada (y fotografiada), que se mueve entre el cine de acción y el musical (las coreografías en plano secuencia lo reafirman), interpretada por un Ansel Elgort magnético. Indudablemente Wright está atravesando por un gran período de inventiva visual, y como espectadores debemos estar agradecidos. Hay intriga criminal, unas secuencias de acción alucinantes y un repertorio musical que va desde R.E.M hasta Aretha Franklin y Edith Piaf ¿Qué más podemos pedir?