Luces, música y acción
Alguna vez leí al legendario director chino John Woo decir que para él filmar una escena de acción es similar a filmar una coreografía musical, con movimientos coordinados a un ritmo y tiempo determinados para generar una verdadera estética del movimiento en la pantalla. Esta frase viene como anillo al dedo para definir lo que es Baby: El aprendiz del crimen, la nueva película del británico Edgar Wright, famoso por su llamada trilogía Cornetto, compuesta de las geniales Shaun of the Dead, Hot Fuzz y The World’s End junto a sus amigos comediantes Simon Pegg y Nick Frost. Baby Driver es la segunda experiencia de Wright en los Estados Unidos después de la hiperpsicodélica y ultrageek Scott Pilgrim vs. The World, que fracasó en la taquilla, pero que se ha convertido en objeto de culto para la cinefilia nerd. Es que Wright tiene un estilo Tarantinesco y mete todos sus gustos en una gran licuadora de influencias, y si bien por momentos parece pasarse un poco de canchero con sus montajes milimétricos y sus selecciones musicales específicas, no caben dudas de que se trata de un director talentoso que no teme tirar toda la carne al asador con tal de producir una experiencia visual y sensorialmente estimulante.
Como si fuera una mezcla del cine de acción de Walter Hill (con The Driver como principal referente) con el musical al estilo La La Land y con los tiroteos secos de los films de Michael Mann (hay un guiño especial a Fuego contra fuego), Baby Driver cuenta la historia de un joven conductor que trabaja para diferentes ladrones de bancos, y que se enamora de una bonita mesera y tiene que cumplir un último encargo para escaparse a la carretera con ella. Hasta aquí la historia no tiene nada nuevo (algo parecido vimos con Drive, de Nicolas Winding Refn), con una excepción: el joven Baby sufre de un problema auditivo que lo lleva a escuchar un I-Pod constantemente y que le proporciona la excusa perfecta al director para valerse de un soundtrack riquísimo en temas jazzeros y funkys tanto como de editar toda la película en base a la música, por lo que las persecuciones automovilísticas y los tiroteos se llevan adelante al ritmo de las canciones que Baby y nosotros escuchamos. Por momentos, la decisión de volver el film un videoclip constante transforma a Baby: El aprendiz del crimen en un puro ejercicio de estilo algo vacío, ya que tanta parafernalia visual a veces va en detrimento de un mejor desarrollo de los personajes, aunque Jamie Foxx, Jon Hamm y Kevin Spacey hagan su mejor esfuerzo por inyectarle algo de vida a sus estereotipos de gángsters y ladrones. Aun así, es tanta la energía y la explosión de ideas tanto visuales como sonoras que el director arroja a la pantalla que resulta imposible no salir del cine con ganas de moverse a toda velocidad al ritmo de una buena banda sonora, así como, después de un buen musical, solo queremos cantar y bailar.