Antes de redactar este texto comparé en Twitter la duración de Avatar: El camino del agua (192 minutos) con la de Babylon (189). Si bien James Cameron se tomó tres minutos más que Damien Chazelle, lo cierto es que aquella secuela tiene muchos más créditos finales por lo que el tiempo neto debe ser muy similar.
Chazelle se presentó en 2009 con Guy and Madeline on a Park Bench, que duraba modestos 82 minutos; en 2014 se consagró con Whiplash: Música y obsesión, que llegó a 106; en 2016 lanzó la multipremiada La La Land, una historia de amor, que duraba 128; dos años después fue el turno de El primer hombre en la Luna, cuyo corte quedó en 141; y ahora presentó Babylon, que llega hasta los apuntados 189. Y su creciente tendencia a la grandilocuencia en todos los terrenos también puede apreciarse en los presupuestos: Guy and Madeline on a Park Bench se hizo con 60.000 dólares y hace menos de una década filmó Whiplash... con 3,3 millones; Babylon costó 110 millones; es decir, 1.833 veces más que su ópera prima.
Nacido en 1985 en Providence, Rhode Island, Chazelle ganó el premio Oscar a Mejor Director a los 32 años y se convirtió en el realizador de moda, en el “niño” maravilla de Hollywood. Para Babylon, además de ese generoso presupuesto que Paramount jamás recuperará (en Estados Unidos, donde se estrenó hace casi un mes, recaudó apenas 15 millones de dólares), contó con estrellas como Brad Pitt y Margot Robbie, pero también con otras figuras como Jean Smart, Lukas Haas, Tobey Maguire, Max Minghella, Jeff Garlin, Eric Roberts, Samara Weaving, Spike Jonze y Olivia Wilde (en este caso poco más que un cameo).
Está claro que Chazelle quiere jugar en las grandes ligas de los autores que trabajan en Hollywood, como Christopher Nolan, Quentin Tarantino, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Paul Thomas Anderson o el mencionado Cameron, pero con este megaproyecto parece haber dado su primer paso en falso.
Si Babylon es una película excesivamente larga y excesivamente cara también es una historia sobre los excesos de una industria que Chazelle parece amar y aborrecer en partes iguales. Ambientadas a finales de la década de 1920, época de la difícil transición del cine mudo al sonoro (habrá una coda que transcurre en 1952), las tres horas del relato pretenden exponer (casi) todas las miserias y contradicciones, el cinismo y la hipocresía de una industria y una época a puro glamour y descontrol: bacanales, orgías, vicios, perversiones, adicciones y abusos.
Chazelle trabaja la primera mitad a puro delirio, humor negro y desparpajo (la larga secuencia inicial incluye a un elefante en una fiesta salvaje por donde se la mire), mientras que en la segunda (mucho menos lograda) cede a la tentación de regodearse en las miserias y en el sino trágico que parece perseguir a varios de sus personajes con una tendencia a juzgar y a bajar línea moralizadora.
Todo aquello que en La La Land funcionaba en el terreno del romance entre el Sebastian de Ryan Gosling y la Mia de Emma Stone aquí luce bastante más forzado, menos fluido y convincente en la historia de amor entre el Manny Torres del mexicano Diego Calva y la Nellie LaRoy de Margot Robbie. Ambos se conocen en la faraónica fiesta inaugural y luego desarrollarán caminos paralelos (él como asistente y luego productor; ella como actriz) en el mundillo de los grandes estudios de Hollywood.
Más allá de esa historia de amor, Babylon tiene una estructura coral en la que el tercer protagonista es el galán Jack Conrad (Brad Pitt), la máxima estrella de la era silente, pero que ve cómo su estrella empieza a apagarse con el advenimiento del sonoro. En ese sentido, hay personajes que conservan los nombres reales (como el productor Irving Thalberg que interpreta Max Minghella), pero muchos otros aparecen con apellidos ficticios, aunque con similitudes con personajes de la época. Conrad, por ejemplo, remite a Rodolfo Valentino, Douglas Fairbanks y John Gilbert; Nellie LaRoy está inspirada en Clara Bow; el trompetista Sidney Palmer (Jovan Adepo) es un calco de Louis Armstrong; la Elinor St. John de Jean Smart es una imitación de la célebre y temida reportera Louella Parsons, dueña de la pluma más influyente a la hora de apuntalar una carrera y de la más despiadada a la hora de destruir otra; la Lady Fay Zhu de Li Jun Li se basó en la artista lesbiana Anna May Wong; la Ruth Adler de Olivia Hamilton tiene muchos elementos en común con Dorothy Arzner, una de las primeras directoras de la historia del cine; mientras que el Otto de Spike Jonze parece una combinación entre Ernst Lubitsch, Erich von Stroheim y Josef von Sternberg (es muy buena toda la secuencia de la filmación de su película).
Aunque Chazelle figura como único guionista, Babylon parece haberse “inspirado” en mucho de los mitos que Kenneth Anger reconstruyó (¿exageró?, ¿inventó?) en su libro Hollywood Babilonia. Y, en ese sentido, hay que indicar que lo de Chazelle muchas veces es más virtuoso en términos de puesta en escena (prodigiosos planos secuencia para filmar una fiesta o un rodaje con miles de extras) que a la hora de trabajar ciertos conflictos o ciertos diálogos que son cualquier cosa menos sutiles.
Babylon me resultó una película tan fascinante por momentos como frustrante en otros, tan deslumbrante como irritante. Así de irregular es su resultado, de contradictorias son las sensaciones que produce. Si tuviera que definirla diría que es una película con tantas ínfulas como recursos, pero en definitiva fallida porque una vez que alcanza sus picos tiende a desinflarse y a caer en la deriva. De todas maneras, aunque como espectador uno pueda distanciarse o hasta enojarse con ciertas decisiones artísticas de Chazelle, siempre seré un defensor de aquellos cineastas que se salen de las fórmulas, que arriesgan, que son capaces de como en este caso filmar siempre al borde del abismo sin miedo a tropezar e incluso de caerse.