Babylon

Crítica de Leandro Porcelli - Cinéfilo Serial

Damien Chazelle se convirtió a los 32 años en el ganador más joven del Oscar a Mejor Director gracias a «Whiplash». Disfrutó el beneficio del mote de Pibe de Oro de Hollywood con el éxito y buena recepción de «La La Land», aunque también parece haber sentido el peso de las expectativas luego con «First Man». Para muchos, Chazelle se mantenía como un director interesante pero cuya obra parecía ir bajando un poco el nivel con cada película. Afortunadamente su proyecto más ambicioso hasta la fecha llega para devolverlo a lo más alto de sus capacidades e incluso mostrando cómo lucha por trascenderlas, al mismo tiempo que sirve para revalidar y reforzar todas las temáticas que unen su filmografía. Incluso en algún punto hacer encajar todavía más a esa anomalía tan poco musical (comparada con el resto de su carrera) que fue el drama afectivo-espacial «First Man».

Dependiendo de su gusto y perspectiva, pueden verse en «Babylon» uno, tres o incluso cinco protagonistas diferentes que comparten la batuta narrativa en pos de transmitir los puntos más ostentosos y decadentes del pasaje de la era muda a sonora de Hollywood. En cualquier otras manos la película se toparía con numerosos obstáculos: es otro ejemplo más del «cine sobre cine» que no solo dura tres horas sino que tiene ambiciones más allá de lo razonable. El tema es que en las manos de este pibe, no solo sale airosa de todas esas dificultades sino que se envalentona a ir por más y entregar una memorable experiencia como muy pocas han logrado hacerse en el marco de Hollywood. Y es que no hacemos referencia solo a su subjetiva calidad, sino a la personalidad temático-estilística que Chazelle condimenta ahora con un toque a la europea. «Babylon» es una peli que entiende que cuando se piensa en el buen «cine sobre cine» salta mucho más a la mente «Cinema Paradiso» que cualquier equivalente estadounidense, pero no por eso pierde de vista el valor no impoluto de una Hollywoodenciada tal como «Singing in the Rain» o un ejemplo un poco más modernizado de temáticas similares como Chazelle procuró hacer con «La La Land».

Lo entrelazado del montaje, guión, dirección y musicalización es una garantía en el trabajo del director, al igual que el regreso a la mezcla de generaciones protagónicas que comenzó con el dúo en «Whiplash». Aunque el perfil tan «mirada de un cineasta entrado en años rememorando viejas épocas» de la cinta podría jugarle en contra en la percepción de la audiencia sabiendo que su guionista y director hace tan poco dejó el sonajero, la realidad es que calendarios aparte «Babylon» entrega una experiencia que mezcla a la perfección el valor de enemigos naturales como lo artístico y lo Hollywoodense. Lo logra trascendiendo perspectivas limitadas en la comodidad de estar a favor o en contra, para revalorizarlo todo sin miedo a sus destellos ni perversiones.

La mayoría de las películas sobre Hollywood han elegido a lo largo de la historia dos caminos: o la típica historia de inocentes que sueñan con las estrellas y se encuentran castigados por sus ambiciones, o la magia que la máquina de sueños puede entregar a sus contados elegidos. «Babylon» es, como sugiere desde su nombre, una mezcla del cielo y el infierno que logra trascender no solo el cinismo inherente en un ejercicio tantas veces replicado en abstractas intenciones sino que lo hace con un tratamiento puntual especialmente Chazellesco. Sus personajes distan de la inocencia, acercándose mucho más a jóvenes que parten desde el saberse necesitados de algo que conocen muy bien es dañino para ellos mismos, pero cuya intoxicante promesa de ser «algo más» les resulta tan irresistible como predestinada a fuerza de una deshumanización en cuotas. La lucha de sus protagonistas por llegar al lugar que tanto añoraban resulta siempre tal, que no hay nada más doloroso que la caída que les espera a cualquiera de los lados de ese pico de expectativas para el que moldearon su vida.

Este mismo guión, elenco y proyecto podría quizás haber sido producido de forma prácticamente íntegra por otro creativo que no sea Damien Chazelle, y en ese caso podríamos obtener una aceptable odisea que se gane la recomendación de «¡vayan a verla que este es un cine que ya no se hace!». Por suerte este no es el caso, pareciéndonos mucho más necesario recomendarles que corran a ver un cine como el que realmente casi nunca se hizo: uno con una genuina mezcla de sensibilidades con la simple brújula subjetiva de un pibe al que su amado Hollywood le llenó las manos de oro pero que encontró en el cine de la otra vereda la inspiración para darle forma a esa tentadora maldición amarilla que osa ahora reclamar finalmente como propia, y que ha llevado a la locura a tantos otros antes que él. Brindamos por esas locuras, por los cines y por saber ver en los cielos esas tentaciones que hacen que valga la pena el castigo divino.