Damien Chazelle ya nos había demostrado su amor por el cine, y por Hollywood en particular, en La La Land, la película que ganó seis Oscar, incluyendo uno para él como mejor director. En Babylon hay mucho menos romanticismo y melodrama, y hay orgías, excesos de todo tipo, vómitos, escatología, muertes sangrientas y suicidios. Ah, la protagonizan Brad Pitt y Margot Robbie.
Es otra época, también, la que retrata Babylon, que es el paso del cine silente al sonoro. Los personajes son varios, pero el director de Whiplash decide centrarse en uno (Manny Torres, interpretado por Diego Calva), un mexicano joven que quiere encontrar su lugar en Hollywood. Y que entra por la puerta grande a la mansión de un magnate de la Meca del cine, donde habrá una fiesta orgiástica llevando él mismo un... elefante.
Allí aparecerán los otros dos coprotagonistas. Jack Conrad (un Brad Pitt morocho, que vuelve a demostrar que la comedia le sienta muy bien cuando el guion le da pie a sus momentos más humorísticos), un actor que empieza a percibir su declive en la Metro Goldwyn Mayer.
Y la otra es Nellie LaRoy, una aspirante a estrella adicta al juego. Y al alcohol. Y a las drogas.
Es fácil entender cómo Manny se enamora en secreto de Nellie, así como hasta parece normal que Nellie le diga en la cara a Jack, como un elogio, que es “más cogible en persona”, delante de la pareja de Jack.
Todo es demasiado
Babylon es así: todo es demasiado, no diremos que sobra, pero sí que por momentos todo es exagerado, todo está pensado en gigante, como el ego de Chazelle, que seguramente habrá tenido un golpazo ante el fracaso de su nueva película en Norteamérica (recaudó 15 millones de dólares y costó 78 millones).
Pero ya sabemos que una película no es mejor ni peor de acuerdo a la cantidad de gente que lleve o lo que recaude. Babylon dura 188 minutos -pueden levantarse e ir al baño cuando arrancan los créditos, porque no hay ninguna escena postcrédito, pero se perderán la música...-, que no se notan hasta que llega la última media hora. Allí, los finales son varios, y no todos son igual de atrapantes o atractivos.
Chazelle vuelve a mostrar a la minoría desclasada o ninguneada, como en Whiplash y La La Land, con gente que vive y siente la música. Jovan Adepo es Sidney Palmer, un trompetista de jazz afroamericano, al que el éxito de Al Jolson con su rostro pintado de negro en El cantante de jazz, la primera película sonora, le puede jugar una mala jugada. Lo mismo sucede con Manny, quien niega su nacionalidad, por el antimexicanismo en los Estados Unidos, y prefiere mentir que es español.
Hay muchísimos rostros conocidos, en papeles secundarios, como Toby Maguire y Max Minghella (El cuento de la criada), quien interpreta a Irving Thalberg, un ejecutivo real de Hollywood.
Pero son los tres protagonistas los que llevan el peso de la historia, que tiene sorpresas. Cada uno, también, tiene su escena de lucimiento.
La música es fundamental en la obra de Chazelle,quien se apoya, de nuevo y mucho, y lo bien que hace, en la banda sonora de Justin Hurwitz, que ganó el premio de la Academia por La La Land y lo acompañó en Whiplash y El primer hombre en la luna.