Damien Chazelle es un director de alto impacto en la industria. Dos de sus trabajos, («La la land» y «Whiplash») han desafiado las convenciones, en tanto a las historias románticas y de superación y presentado un formato dramático, feroz, intenso y profundamente artístico. Digamos, es un cineasta completo, atribulado y con una sensibilidad especial. Eso es innegable. Después, podremos discutir si nos gusta o no su cine, pero Chazelle es una figura que divide aguas, claramente.
Y un poco de eso sucede en su última y ambiciosa producción, «Babylon». Creo que esta cinta es una muestra de lo que su creatividad puede lograr, con buenos intérpretes y un escenario temporal único y particular.
La historia se sitúa en el tramo final del cine mudo y el inicio del sonoro (entre los 20′ y el arranque de los 30′), una época traumática y vital, donde Hollywood y su gente, marcaban el ritmo de los excesos y el desparpajo. La meca del cine moderno es el centro de gravedad de «Babylon», un espacio donde todo (y cuando decimos todo, es todo), puede pasar.
Allí arranca la trama, con una secuencia inicial poderosa, incómoda, divertida, cruel, que establece claramente cual será el tono del film: si no estás dispuesto a vivirlo, siempre hay un pasillo hacia la salida bien iluminado para detener la incomodidad que produce lo que se ve en escena.
Todo comienza en una fiesta llena de excesos, donde la estrella principal será un elefante lanzado a una atiborrada pista de baile. Allí conoceremos al trío protagónico, conformado por un actor de élite del cine de esos tiempos, Jack Conrad (Brad Pitt), a un mexicano que colabora en traslados y apoyo para eventos, Manny Torres (Diego Calva) y a una chica que busca ser estrella de la industria a toda costa, Nellie LeRoy (Margot Robbie). Los tres representan distintos sectores en ese juego y sus visiones serán interesantes puntos de vista para los sucesos que se desarrollarán a lo largo de la extensa trama.
Jack y Manny se hacen amigos, Nellie comienza a despegar y ser reconocida y los tiempos avanzan, sin esperar ni dar tregua a nadie. Cada uno tiene una circunstancia particular que lo atraviesa, y en virtud de sus posibilidades y limitaciones, tratan de sostenerse en el difícil mundo de hacer películas.
Pero el tiempo de los grandes cambios se avecina y eso será el huracán que desafiará a cada protagonista. Ya los tres establecidos, «surfear» semejante transformación no será fácil y sobrevivir y mantener el prestigio y el trabajo será una tarea titánica.
Sí, «Babylon» es exceso. Total. Posee humor negro, notas sutiles y sensibles pero también belleza visual y sonora. Hollywood era y es (suponemos) una gran fiesta y Chazelle no tiene filtro para mostrarlo. La escena del rodaje en el desierto con todos los extras hambrientos y pobres, es perturbadora. Aunque presentada en un marco hilarante y crudo, es la muestra cabal de cómo la maquinaria del cine funcionaba en esos tiempos (y probablemente lo siga haciendo…) y del cinismo y frenesí que se vivía en esos tiempos.
Sosteniendo al trío central, hay un grupo de secundarios muy destacados (Jean Smart, -quien tiene uno de los instantes más destacados del film en el cierre con Pitt-, Jovan Adepo, Li Jun Li y Tobey Maguire, entre tantos) que hace lo suyo con prolijidad y soltura.
Sin embargo, el problema principal que lleva a «Babylon» a no ser un film superlativo, es la caracterización de los personajes. Si bien sabemos de ellos, hay un universo vacío de emociones en cada uno (excepto, hay que decirlo, en Robbie, quien trabaja toda su interioridad a pleno) que sorprende, más teniendo en cuenta la duración total de la cinta. Por momentos, la película se siente como un espectáculo total, pero mecánico, donde todos los engranajes funcionan bien, pero la sensibilidad está ausente.
Y eso, no es habitual en el cine de Chazelle. Arriesgo que para ganar espectacularidad, sacrificó desarrollo de personajes. Y eso, el espectador veterano, lo siente en el cuerpo.
Si debemos decirles, que «Babylon» posee grandes momentos y con todos sus desajustes, luce impactante y luminosa, es ruido y arte a la vez, estruendosa y particular. La reconstrucción de los sets de rodaje de los dorados años 20, las dificultades técnicas durante la incorporación del sonido, las diferencias sociales y la brutal necesidad de la industria por facturar, a como de lugar, son cuestiones que el cineasta quiere dejar claras y su esfuerzo, llega a buen término.
En el debe, quizás también esta necesidad de contar demasiado y paradójicamente, no hacer foco en la interioridad de cada perfil, hacen que su duración sea difícil, incluso para quienes disfrutan la propuesta. El guión, a cargo de Chazelle, podría haber considerado algo de esto.
Más allá de lo observable, es importante destacar que no saldrás de la sala indiferente. Difícil de conceptualizar, podemos decir que es una experiencia digna de ser vivida en salas. Intensa y desafiante, a la altura de este director aunque lejos de ser perfecta.