Todo comienza con el traslado de un elefante en un páramo de California. Elegir al mamífero terrestre más voluminoso para protagonizar un gag es una confesión sin ambages del tono de los posteriores 180 minutos restantes, cuya escena siguiente, una bacanal organizada por la incipiente industria cinematográfica estadounidense de la década de 1920, redobla la apuesta por el exceso. La estridencia y la ambición definen las películas de Damien Chazelle (Whiplash: Música y obsesión, La La Land, una historia de amor y El primer hombre en la Luna); también el amor por el cine no exento de perversión, las artificiosas proezas formales y la grosería como vehículo del humor. (La cantidad de vómito que se vierte en la cara de los personajes en Babylon puede ser menor a la de la ganadora de Cannes Triángulo de tristeza, pero la del sueco carece de la precisión coreográfica para lanzar tan simétricamente una lluvia estomacal).