Después de las aclamadas Sonidos vecinos (2012) y Aquarius (2016), que lo pusieron en el mapa como uno de los cineastas brasileños con mayor proyección internacional, Kleber Mendonça Filho abandona Recife y los personajes de clase media para sorprender con Bacurau, una suerte de western cargado de acción que transcurre en un futuro cercano en un pueblito perdido del nordeste brasileño.
Ex crítico cinematográfico, Mendonça Filho -que esta vez codirigió junto a Juliano Dornelles, uno de sus colaboradores en sus dos largometrajes previos- aprovechó para rendir varios homenajes cinéfilos. En especial a las formas narrativas del cine de género de los años ’60 y ’70 y directores como Sam Peckinpah o Sergio Corbucci, con guiños -como zooms bruscos o fundidos encadenados- que Tarantino celebraría. Pero también a Glauber Rocha y sus historias de cangaceiros, los bandoleros rurales que asolaban el sertao.
Más allá de la relevancia de algunos ciudadanos ilustres, como la médica (una potente Sonia Braga), el maestro o el delincuente justiciero, este es un cuento coral, con los protagonismos individuales diluidos, a lo Fuenteovejuna, en el colectivo “pueblo”. Olvidados por el Estado, luego de la pérdida de su matriarca -la película empieza con su velorio- los habitantes de Bacurau empiezan a padecer sucesos extraños que se suman a sus penurias habituales. No tardarán en tener que organizarse para defenderse de un enemigo común.
En tanto película de género, la ganadora del Premio del Jurado en el último Festival de Cannes cumple con la misión primordial de entretener. Y está cargada de detalles desconcertantes que enriquecen y compensan la previsibilidad general del gran relato. A tal punto, que por momentos camina por la cornisa de lo bizarro, con escenas y actuaciones que son de clase B en el peor sentido del término.
Pero lo que termina de ubicarla un par de escalones por debajo de Sonidos vecinos y Aquarius es que aquí la bajada de línea es evidente en exceso. El político corrupto, los imperialistas sanguinarios y el pueblo oprimido tal vez pueden funcionar como metáfora de la situación brasileña actual, pero no dejan de estar delineados con un trazo demasiado grueso.