El director de Aquarius, Kleber Mendonça Filho, dirige junto a Juliano Dornelles esta muy extraña película. Que arranca como un relato folclórico-antropológico, en torno de los funerales de la abuela Carmelita en el minúsculo pueblo de Bacurau. Querida por muchos, acusada de bruja por la médica del pueblo (Sonia Braga). Pero lo que parece una comedia de costumbres pintoresca, con ecos de Jorge Amado, toma un desvío inesperado, con la llegada de unos americanos comandados por un alemán en la piel de Udo Kier, todo un símbolo de cierto tipo de cine. Van armados hasta los dientes, observan todo a través de un dron con forma de platillo volador. Y matan. Ni la gente de Bacurau ni el espectador tiene tiempo de entender por qué, ni quiénes son, ni de qué se trata. Lo único que parece claro, después de unos cuantos cadáveres, es que la violencia se desata y no hay quien la pare.
Con sus personajes acechándose entre caminos polvorientos, y el pueblo que parece siempre en la hora de la siesta, Bacurau es un western pernambucano que crece en sus resonancias políticas. Y mientras el pueblo debe unirse, salvando sus diferencias internas, frente al enemigo externo, va quedando cada vez más claro que la sangría es gratuita. Que Bacurau, un lugar borrado literalmente del mapa, donde no hay conexión y no habrá luz, es coto de caza para un grupo de pistoleros. Hombres y mujeres ansiosos porque empiece el videojuego sangriento hecho con personas de carne y hueso, de la edad que sea. Jugando también los directores, con los géneros, incluido el baño de sangre y el generoso gore. Para una película tan desconcertante e inclasificable como estimulante y llena de sorpresas.