Con lentes y tintura
Hace tiempo que empezó a sentir el peso de los años sobre el cuerpo, pero es el nacimiento de su primer nieto lo que logra que Marcus (Martin Lawrence) se replantee cómo quiere vivir sus próximos años, y que finalmente se convenza de que necesita retirarse de la policía para pasar más tiempo con su familia.
Quizás porque el retiro de su amigo le recuerda su propia edad, su eterno compañero Mike (Will Smith), siempre preocupado por mostrarse joven y vigente, no se toma a bien el anuncio y genera un conflicto entre ambos.
Para peor, la siguiente generación de detectives que viene a reemplazarlos no ve con buenos ojos sus métodos violentos e improvisados, convirtiendo poco a poco a la institución policial en una estructura donde Mike y Marcus guardan algo de prestigio pero tienen cada vez menos lugar. Mientras están atrapados en esta encrucijada, se fuga de la cárcel una peligrosa delincuente que lleva décadas amasando odio y ansias de venganza contra todas las personas que le arruinaron la vida, entre quienes se encuentra el propio Mike.
Como en los 90
La idea del héroe de acción enfrentándose al paso de los años es bastante recurrente, y ya pasaron por ella varias de las estrellas del género de los 80s y 90s a medida que fueron superando el medio siglo.
Bad Boys Para Siempre no tiene mucho que aportar en el tema, solo algunos chistes genéricos para burlarse del que pretende cambiar dejando en el pasado toda una vida de violencia, a la vez que ensalza al que pretende seguir comportándose como si tuviera veinte años menos.
La dupla protagonista está rodeada de un equipo de jóvenes modernos que prefiere el uso de la tecnología para resolver sus casos, y enfrentada a un letal sicario que nunca se gastarán en desarrollar más allá del clásico estereotipo. Al menos tienen la decencia de burlarse abiertamente del hecho de que el actor es completamente incapaz de lograr el acento mejicano creíble que debería tener su personaje.
Si hay algo que reconocerle a Bad Boys Para Siempre es que, aunque todo lo que narra es más antiguo que sus personajes, no parece importarle y ni siquiera intenta fingir un discurso modernizado a los tiempos actuales. Los latinos son todos criminales, las mujeres son todas decorativas o locas, y un hombre que se precie arregla sus problemas con sus puños, especialmente si tiene una placa que le permite saltarse las leyes como más se le antoje sin ninguna consecuencia. No hay hipocresía, es lo que quiere decir y no lo disimula.
De lo que le pudo haberle traído el éxito originalmente, solo queda la buena química entre los protagonistas, suficiente como para lograr generar algo de humor a pesar de cargar con un guion previsible y sin vuelo. Lo más creíble de toda la película es la relación entre ambos, pero ese carisma no alcanza para mucho cada vez que los directores intentan armar un momento emotivo que resulta apático, o una sorpresa a la que se le ven los hilos sin buscarlos.
Ni siquiera las escenas de acción son interesantes y están muy lejos de tener el atractivo de las que supieron ser sello de la saga con Michael “tengo descuento en Júpiter” Bay; aunque claramente intentan emular su nivel de ridículo haciendo explotar o incendiarse cada cosa que se les cruce en el camino, carecen de la destreza para que al menos sean divertidas.