CUANDO LAS COMPARACIONES FAVORECEN (AUNQUE NO ALCANCE)
No es necesario darle muchas vueltas: Bad boys para siempre es la mejor entrega de su saga. O la menos mala, porque no llega a ser un film óptimo y encima la vara no estaba precisamente muy alta. La primera parte había sido un éxito bastante inexplicable, una película de acción sumamente mediocre, sin dosis de originalidad (más allá de tener como protagonistas a dos afroamericanos, lo cual en su momento era un pequeño avance para Hollywood) y con el dudoso mérito de haber puesto en el mapa a un director nefasto como Michael Bay. La segunda era un desastre absoluto, un batifondo sexista, racista y fascista que incluía una bajada de línea anti-castrista tan torpe que ni el castrismo podía tomársela en serio.
Este regreso de Mike Lowrey (Will Smith) y Marcus Burnett (Martin Lawrence) arranca como para confirmar las peores expectativas, aunque se les note a los directores Adil El Arbi y Bilall Fallah capacidad para encauzar un poco mejor la pirotecnia verbal del dúo protagónico. También, hay que reconocerlo, para manejar de forma más acertada la cámara, colocándola en los lugares precisos para que las secuencias de acción se entiendan y tengan un mínimo de coherencia en esa constante superficie que es Miami. Aun así, la primera hora es cuando menos errática, con Mike siendo atacado por un cartel de drogas que busca venganza por un hecho del pasado; y Marcus eligiendo retirarse tras convertirse en abuelo. Por momentos, Bad boys para siempre parece más ocupada en explicar (a veces a los gritos) que en narrar, como si no conociera un idioma distinto al ruido.
Recién entrada en su segunda mitad, a partir de un par de giros con una dosis considerable de sorpresa, es que el film encuentra algo de propósito, algo para contar mínimamente interesante. Desde ahí empieza a coquetear con un drama algo telenovelesco pero definitivamente autoconsciente, que le permite incluso recurrir a un humor entre oscuro y absurdo. La película se hace cargo de que lo que cuenta roza lo inverosímil y eso le permite soltarse, buscar un camino propio y salir de la mera repetición de todos los guiños cancheros para la tribuna. Así, termina siendo más una continuación que una mera secuela.
Pero si esa segunda hora es más llevadera y hasta atractiva, no alcanza para redondear un buen film, aunque ahora los personajes parecen un poco más humanos y meros estereotipos. Bad boys para siempre es como una reversión de Arma mortal 4 –con toda su reflexión sobre el paso del tiempo, la vejez, los afectos y la familia- aunque en clave más torpe y brillosa. Eso sí, las comparaciones la favorecen y no molesta tanto como sus predecesoras.