Un grandulón que todavía vive con (y de) los padres, un amigo menos favorecido con quien se las rebusca limpiando piletas, un excompañero de secundaria que vuelve dándose aires, un padre recio y poco laborioso, tales son los varones que pinta Rodrigo Moscoso en esta, su segunda película.
Tal como en la primera, “Modelo 73”, ambas totalmente salteñas, lo suyo es el retrato irónico de unos sujetos que difícilmente llegarían a algo en sus vidas si las mujeres no los empujaran un poco. En este caso, el inútil se ve empujado –al amor, la acción, el abismo- por una porteña arrebatada, mitómana, exigente. El local del título era el orgullo del abuelo inmigrante. ¿Podrán quizá resucitar ese negocio? ¿O el vago liquidará todo, salvo la cama? ¿Será ésta una comedia romántica como es debido, o le pesará la mala influencia del llamado “nuevo cine argentino”? Diálogos, ideas, giros argumentales, gracia provinciana, elenco bien elegido (Javier Flores y Bárbara Lombardo a la cabeza), la obra tiene sus méritos. Entre ellos, uno que puede pasar inadvertido: en el papel de padre, con una linda escena determinante, aparece Cástulo Guerra, salteño que se fue joven a EE.UU. y allá se convirtió en actor shakesperiano y figura clave de reparto para Blake Edwards, Spielberg, Roeg, Mazursky, “Terminator 2”, “Remington Steele”, “Falcon Crest” y un largo etcétera, además de numen del nuevo cine latino de aquellos lares. Es la primera vez que actúa en el cine argentino.