Siempre soñé con tener una vida en Salta, comer tamales y pasar mis días en una reposera contemplando los atardeceres en San Lorenzo. Ya desde La Ciénaga de Lucrecia Martel, que tengo una fascinación del sonido siestero, calmo, del norte argentino. Me gusta escuchar en el cine ese dialecto cancino, tonito que me seduce de los salteños. La salteña Badur Hogar de Rodrigo Moscoso (Modelo 73) explota lo mejor de la comedia romántica. Desde El último verano del cordobés Leandro Naranjo, que no sentía esa sensación de mariposas en la panza con una del género de la comedia argenta. Juan es un kidult que vive en casa de sus papas, tiene un trabajo inestable – limpia pileta con otro chango- y esta negado al crecimiento profesional.
Sus padres, de una clase acomodada, son dueños de una casa de electrodoméstico “Badur Hogar” que es un mausoleo de artefactos noventosos, el local está cerrado, pero por nostalgia sigue intacto. Pero la vida monocorde de este cuarentón, se ve alterada por el amor de una salteña porteñizada. Juan (Javier Flores) se pega un metejón importante con la bella Luciana (Bárbara Lombardo).
Los parajes hermosos de la provincia, y el cuento de “pueblo chico, infierno grande” convierten a la comedia en una screwball comedy, en donde una mentira piadosa, se transformara en un suceso de enredos graciosos. Badur hogar es romántica y tiene todos los clishes hermosos del género: un mejor amigo pata y gracioso, una lindo soundtrack, y el temblor del encuentro y desencuentro que genera ese nudo en el estomago en el espectador, que espera por ver si la parejita terminaran o no juntas