¡Andá a bailarle al ayatolá!
Basada en la vida del bailarín iraní Afshin Ghaffarian, Bailando por la libertad es un exponente modélico de la biopic bombástica y con mensaje expuesto en gigantografía y colores fosforescentes. Y que, como afirma una pequeña placa al final de los títulos de cierre, si bien está basada en hechos verídicos, algunas de sus situaciones y personajes fueron creados con fines dramáticos y no guardan relación con la realidad. Lo cierto es que Ghaffarian escapó en el año 2009 de Irán, donde casi ningún tipo de danza está autorizada por el gobierno, utilizando un pasaporte falso y haciéndose pasar por director de un grupo de teatro en viaje oficial a Alemania. Allí, luego de la última representación, apareció en escena portando en una de sus muñecas un distintivo en apoyo a los simpatizantes del Movimiento Verde, la oposición civil al régimen de Mahmud Ahmadinejad. La ópera prima de Richard Raymond altera lugar y detalles de ese hecho y transforma el pequeño pero relevante gesto político en titánica performance y aparatosa lección de vida.Todo es más grande que la vida en Bailando por la libertad. Producción que, a pesar de tener un tratamiento del tema que podría pensarse típicamente hollywoodense, fue financiada por empresas del Reino Unido, rodada en gran medida en Marruecos (disfrazado de locaciones iraníes) y con un reparto eminentemente británico, con la notable excepción de la india Freida Pinto, la actriz de Slumdog Millionaire y principal gancho comercial del film. Nadie habla farsi, por cierto, sino un inglés que va variando su fuerte o débil acento extranjero dependiendo del intérprete, uno de los tantos elementos que hacen que la película pueda ser vista, bajo cierta mirada benevolente, como un anacronismo liviano, una sobreviviente de otras eras donde el “realismo” (ese concepto tan volátil) podía construirse de formas más sencillas. El joven bailarín (interpretado por el debutante Reece Ritchie, elegido sin dudas por sus dotes para la danza y su parecido físico con el Ghaffarian real) es el reservorio simbólico de las ansias de libertad y la lucha contra la opresión que el film presenta previsiblemente en blancos y negros plenos.Luego de la consabida escena durante la infancia que delinea y cristaliza al personaje, la cronología del protagonista adulto alterna escenas en la universidad –donde logra formar un grupo de danza under en el sentido más estricto–, su encuentro con el previsible interés amoroso (el personaje de Pinto, una joven adicta a la heroína, también es definido por un hecho del pasado), los encuentros con la Policía Moral y las marchas y manifestaciones apagadas violentamente por la Basij. Y llegará la secuencia del desierto, que da razón de ser al título original, en la cual el bailarín contará finalmente con una audiencia para demostrar su talento. Es un hecho indiscutible que el régimen iraní actual no aprecia demasiado las expresiones artísticas no reguladas y el caso del cineasta Jafar Panahi alcanza y sobra para demostrarlo. Pero Bailando por la libertad, con su enfoque estrictamente melodramático y su infantil mirada sobre la situación social en Irán, le hace muy flacos favores a la concientización global sobre el tema. Y, como puro entretenimiento, deja a Footloose –otra película con jóvenes rebeldes que sólo quieren bailar– casi al nivel de obra maestra.