Con bajada de línea
Maniquea y simplista, no tiene claroscuros: los malos son malísimos y los buenos, buenísimos.
Afshin Ghaffarian es un bailarín y coreógrafo iraní que en 2009 escapó de su país -en ese momento gobernado por Mahmoud Ahmadinejad-, y consiguió asilo político en Francia. Bailando por la libertad cuenta su historia, pero nunca consigue ser creíble porque está contada desde un sesgado punto de vista occidental.
Por empezar -un clásico- los personajes son estudiantes iraníes viviendo en Teherán, pero hablan en inglés (con acento extranjero, eso sí). Aquí no hay matices: Ahmadinejad y sus seguidores son malísimos y sus opositores son buenísimos.
Quizás esa opinión tenga asideros, pero la película hace una bajada de línea tan maniquea que no aporta nada al conocimiento sobre la realidad iraní bajo el régimen de Ahmadinejad, seguramente mucho más compleja.
Bailando por la libertad recuerda a esos bodrios del estilo de Imaginando Argentina: cuando desde el Primer mundo se intenta retratar el padecimiento político tercermundista, en general el resultado es simplista. Eso sí: hay bellas coreografías a cargo de la hermosa Freida Pinto (la de ¿Quién quiere ser millonario?). Y nada más.