Fundamentalismo malo, malo y malo
No por su mirada edulcorada, sino por la falta de vuelo para reducir esta historia a buenos y malos bajo los típicos clichés del Hollywood más despreciable, Bailando por la libertad es otro intento de contraponer el arte como expresión política cuando debería dejarse de lado ese elemento propagandístico y separar la paja del trigo.
Todos los fundamentalismos se apoyan en la súper estructura del pensamiento único y la palabra “libertad” de expresión no forma parte de su postulado máximo, justificándose cualquiera de las aberraciones contra aquellos individuos que piensan de manera diferente con –es justo decirlo- consenso social. Irán no es la excepción a la regla y por supuesto, que bajo la mirada occidental, es el peor ejemplo de fundamentalismo y atraso cultural.
Así las cosas, Bailando por la libertad, que se ampara en ese subterfugio basado en hechos reales toma como punto de partida una convencional historia que tiene por protagonista al bailarín Afshin Ghaffarian, quien huyó de su Irán natal tras organizar una escuela de baile clandestina que por supuesto molestaba al régimen y que hizo de la expresión corporal y de su particular danza todo un manifiesto político fronteras afuera.
El esquematismo pasmoso del guión y una dirección anodina, salvo en las coreografías de baile donde se puede apreciar el cuerpo de la sensual Freida Pinto, a la sazón interés amoroso de Afshin, con pasado trágico y derrotero de drogadicta, por momentos resulta soporífero, teniendo en cuenta que el relato busca conmover desde el primer minuto en que el protagonista es agredido por querer simplemente bailar.
Párrafo aparte merece la compañía YouTube, por posicionar su marca en esta película, que asocia la libertad al acceso a sus videos desde una mirada tan superficial como un desenlace anunciado que obviamente no se revelará aquí.