Las películas de supervivencia en condiciones muy adversas y basadas en casos reales constituyen un subgénero, sobre todo en Hollywood. En esa línea se ubica este nuevo film del director de Acto de valor y Need for Speed que recupera la historia de Eric LeMarque, un ex jugador de hockey sobre hielo y fanático del snowboard que en 2004 quedó varado durante más de una semana en una montaña y en medio de una fuerte tormenta.
Eric (Josh Hartnett) es un muchacho de pasado traumático, familia disfuncional y presente complicado (adicto a las drogas y con un proceso judicial en camino por un accidente automovilístico). Su “evasión” del mundo real es la velocidad, la adrenalina, el vértigo y, por eso, irse a la alta montaña para lanzarse con su tabla es una obsesión y una necesidad. Pese a la inminencia de un temporal, Eric no sólo sube sino que además sale de las pistas para internarse en la inmensidad blanca (lo primero que le ocurrirá será toparse con una manada de lobos salvajes).
Si esta parte de la película no es demasiado ocurrente (hay varias escenas filmadas con cámaras GoPro y editadas como si fuera un comercial sobre deportes extremos), mucho peor resultan los flashbacks que muestran la dura infancia y adolescencia del protagonista, sobre todo la conflictiva relación con su abusivo padre (Jason Cottle) y su madre Susan (Mira Sorvino, otrora una actriz de relieve hoy relegada a este tipo de papeles mediocres en películas ídem).
Todo en el film es torpe y subrayado hasta lo irritante: los conflictos, las contradicciones, el (ab)uso de la música épica, la bajada de línea "inspiradora". Piensen en el James Franco de 127 horas, pero sin el más mínimo vuelo visual ni la intensidad de Danny Boyle. Cine de fórmula, de concepto, de marketing, pero sin ingenio ni capacidad de sorpresa. Una película de supervivencia... para el espectador.