El falso triángulo hawaiano.
Cameron Crowe es un director y guionista que suele construir relatos protagonizados por personajes profundos y entrañables, dentro de una historia que siempre toca fibras sensibles sin importar el telón de fondo: ya sea un manager deportivo con un solo cliente, un aspirante a periodista en la década del amor libre o un padre vuido que aprende a regentear un zoológico. La falta de estos componentes clave en su estilo cinematográfico son el mayor déficit de Bajo el Mismo Cielo (Aloha, 2015).
Crowe estuvo más de cuatro años reescribiendo un guión para el cual había tenido en mente en un principio a Ben Stiller y Reese Witherspoon, pero luego los problemas de agenda de los mencionados lo llevaron a optar por Bradley Cooper y Rachel McAdams, lo que por otro lado lo llevó a adaptar lo previamente escrito para acomodarlo a personajes un tanto más jóvenes. Partiendo desde aquí, uno empieza a comprender todas esas cuestiones que se perciben truncas en Bajo el Mismo Cielo, un film con un argumento que se pierde en sus tramas secundarias y nunca ajusta correctamente las tuercas de la trama central.
Brian Gilcrest (Cooper) es un ingeniero aeroespacial caído en desgracia que vuelve a su cuidad natal en Hawaii gracias a una última oportunidad para apuntalar su derrumbada carrera profesional. Sin su consentimiento le adosan a la capitana de las Fuerzas Aéreas Allison Ng (Emma Stone) para que vigile de cerca su desempeño, algo que amerita el prontuario de Gilcrest. Pero como pueden imaginarse, esta relación tomará un giro sentimental. El regreso reactiva a su vez una vieja relación entre Gilcrest y Tracy (McAdams), quien se encuentra en medio de una crisis con su marido Woody (John Krasinski), también de oficio militar. Esta sería a grandes rasgos la trama central.
El problema es precisamente que la historia se ve atravesada por múltiples subtramas que entorpecen el camino: el pasado oscuro de Gilcrest, que supuestamente lo lleva a ser cómo es, pero al cual sólo accedemos mediante diálogos y no por acciones concretas que definan al personaje, la extraña compañía privada que contrata a Gilcrest (con un Bill Murray un tanto fuera de eje) y su subplot conspiranoide, la relación entre Gilcrest y Tracy atravesada por el iracundo Woody, una aparente paternidad desconocida. En fin, demasiado ruido alrededor de un relato supuestamente “romántico” que parece no saber muy bien qué rumbo encarar.
Por momentos uno tiene la sensación de estar viendo una versión alternativa y fallida de Los Descendientes (The Descendants, 2011), pero todo aquello que Alexander Payne supo construir magistralmente a través de un relato centrado en los vínculos familiares y su lugar de origen, aquí no es plasmado satisfactoriamente por un Crowe que intenta contar de manera fallida una historia romántica y se pierde en un laberinto de carreras espaciales, la idiosincracia americana en materia de política extranjera y militar, la cultura hawaiana, las relaciones y como éstas se perciben con el paso del tiempo.
Es irónico que dentro de un film que cuenta todo con palabras y no con acciones concretas, los momentos más rescatables son aquellos donde no hay diálogos, como en la escena final, tal vez el único momento en que reconocemos un poco el espíritu de Crowe, algo que lamentablemente brilla por su ausencia en el resto de este embrollo que inexplicablemente desaprovecha un reparto clase A.