La vida debería parecerse al cine
Lo mejor de la nueva película del director de Casi famosos pasa por la forma en la que construye los vínculos entre sus personajes antes que por la historia en la cual los hace interactuar.
A veces lo mejor para hablar de una película es dejar en un segundo plano el aparato analítico y permitir que sean las emociones las que se hagan cargo de resolver el problema, porque el cine no se trata sólo de estructuras narrativas, de técnicas fotográficas, de niveles textuales o del uso más o menos virtuoso de las herramientas cinematográficas. El cine también es una máquina emotiva y como tal no siempre alcanza con saber qué se piensa de una película, que en general es lo más fácil de hacer, sino que es necesario intentar conectarse con ella desde un lugar menos formal, más íntimo. En esos casos sólo se necesita prestarle atención al cuerpo al terminar la proyección para entender de qué se trata el asunto. Quien haya disfrutado del cine siendo chico sabrá cómo es la cosa: salir de ver Rocky y sentir el pecho más ancho, que la boca se tuerce un poco y que el amor no siempre es la chica más linda del mundo. Hay películas que se le meten a uno por la piel y provocan que ocurra el milagro de hacer desear que el mundo fuera como el cine. Algo así pasa con Bajo el mismo cielo, el nuevo trabajo de Cameron Crowe, una película en la que para hablar de lo que se piensa conviene no desatender lo que se siente. No hacerlo equivale a perderse no sólo lo mejor del film, sino lo más interesante del cine de este director talentoso e irregular, capaz de construir películas fallidas como Un zoológico en casa (2011), como de crear verdaderas maravillas, por ejemplo Casi famosos (2000), pero siempre apostando por contar desde el lado sensible. O casi siempre: también dirigió Vanilla Sky...Como en sus mejores trabajos, en Bajo un mismo cielo Crowe otra vez habla de amor. Pero no sólo de su variante romántica, sino que lo aborda desde varios flancos de manera simultánea para contar la historia de Brian Gilcrest (Bradley Cooper), una celebridad militar medio caída en desgracia que regresa a Hawaii, donde alguna vez supo no sólo construir lo mejor de su carrera, sino donde ha quedado una parte importante de su vida. O tal vez convenga decir: donde él la ha dejado, porque ahí está Tracy, una antigua novia con la que rompió para darle prioridad a su carrera. Ahora Tracy (Rachel McAdams) está casada y tiene dos hijos, pero su presencia se convertirá para Brian en una especie de agujero de gusano emotivo que lo conecta con aquel pasado que él se empeña en asumir como una etapa superada. Pero en ese pequeño paraíso en medio del océano Pacífico del que los Estados Unidos han sabido apoderarse, también lo esperan nuevos desafíos. Que por un lado son laborales (Brian llega para participar del lanzamiento de un poderoso satélite de comunicaciones privado en el que el ejército tiene una extraña participación), pero también personales. Porque allá conocerá a la joven teniente Allison (Emma Stone), con quien, a pesar de las rispideces iniciales, acabará forjando un vínculo no exento de idas y de vueltas.Lo interesante de Bajo un mismo cielo pasa más por la forma en que Crowe construye los vínculos entre sus personajes, que por la historia en la cual los hace interactuar, apenas una fatalidad necesaria para poder reunirlos. Detenerse en lo anecdótico de la historia obliga a impugnar cierto empeño del director (y guionista) por apelar a una buena cantidad de elementos ligados al realismo mágico, que representan lo más flojo dentro del relato. Conviene concentrarse entonces en la forma en que el director va tensando o aflojando las cuerdas de una red dinámica que entrelaza a una vasta galería de grandes personajes, cada uno con sus atractivos. Personajes que Crowe utiliza al modo clásico, asignándoles roles arquetípicos: el empresario malo y seductor interpretado por Bill Murray, el general tan rígido y cascarrabias como noble de Alec Baldwin, el breve pero eficaz comic relief a cargo de Danny McBride, el líder de las tribus aborígenes que reclaman el fin del colonialismo en Hawaii ocupando el rol del buen salvaje o el tan parco como expresivo marido de Tracy interpretado por John Krasinski, que se presenta como la némesis del protagonista pero que quizá resulte ser otra cosa.En medio de tantos personajes interpretados con precisión por un elenco sólido y una banda sonora que hace gala del buen gusto con que el director musicaliza todos sus trabajos, Crowe consigue que lo aparentemente imposible resulte verosímil. Que un padre ausente salve el vínculo con una hija desconocida sólo con un abrazo; que un hombre pueda amar a dos mujeres sin que en ello se juegue misoginia alguna; que los diálogos más poderosos de la película se desarrollen en silencio. Y que el espectador salga agradecido después de ver la película, convencido de que a veces la vida puede y debe parecerse más al cine.