Comedia a la que una sitcom le queda grande
Katherine Heigl no salva Bajo un mismo techo
Al referirse a esta película, que se estrena aquí en simultáneo con los Estados Unidos, varios críticos coincidieron en que Bajo un mismo techo se parece demasiado al piloto de una serie televisiva y hablaron de la historia (dos solteros carilindos y neuróticos que -fruto del destino y del azar- quedan a cargo de la crianza de una beba) como la premisa perfecta para una sitcom.
El problema es que para muchos de esos expertos en cine la comparación con un producto de la TV conlleva un dejo despectivo (como si se tratara de un género menor), pero, apreciando la discreta calidad de una buena parte de las películas de Hollywood y el notable nivel actual de no pocas series norteamericanas podemos llegar a la conclusión exactamente opuesta: Bajo un mismo techo es una versión alargada (dura casi dos horas) y bastante menos lograda (incluso desde lo narrativo y lo estético) que cualquier episodio de Mad Men, Boardwalk Empire, Glee o Modern Family, por nombrar cuatro títulos bien disímiles.
¿Por qué semejante comparación? Porque, más allá de que tanto Katherine Heigl como Josh Duhamel se consagraron en la pantalla chica (ella en Grey´s Anatomy , él en Las Vegas ), este film de Greg Berlanti (cuyos antecedentes, claro, son como productor de media docena de series) tiene ya no sólo un tono sino directamente una puesta en escena y unos diálogos más televisivos que cinematográficos.
El principal problema de Bajo un mismo techo , de todas maneras, ni siquiera es que sus personajes luzcan estereotipados o que apele de manera recurrente y facilista a la fórmula más trillada sino que nunca se decide si quiere coquetear con el absurdo (el planteo es absolutamente inverosímil), si prefiere concentrarse en lo romántico (los protagonistas pasan del odio al amor sin que haya ningún esfuerzo por trabajar semejante evolución) o si -como ocurre en varios pasajes- se apela al sentimentalismo más torpe y subrayado.
Trillado y previsible
Así, entre previsibles situaciones escatológicas (cambio de pañales, vómitos), personajes secundarios sin sustento (como el pediatra divorciado que interpreta Josh Lucas), múltiples secuencias de montaje con fondo musical, detalles gastronómicos (ella es dueña de una pastelería) y pasajes deportivos (él participa en la televisación de los partidos de la NBA), la película sólo trasciende una medianía alarmante cuando Heigl -una actriz de enorme versatilidad y simpatía- puede imponer su naturalidad por sobre las limitaciones de la trama y el esquematismo de unos diálogos demasiado calculados.
El film -sobre todo en su arranque- tiene algunos chispazos de negrura e incorrección política, pero al poco tiempo abandona cualquier atisbo de provocación para quedarse en una historia previsible (se adivina sin dificultad cada paso siguiente) y, sobre todo, complaciente. Una pena. Heigl -aquí, además, productora- merece mejores vehículos para lucir su indudable talento.