Te amo, te odio, dame más…
La premisa que pone en marcha esta dignísima comedia romántica, por más improbable que parezca, no deja de ser ingeniosa y con un interesante potencial para fusionarse con la clásica formulita hollywoodense de siempre. Con la enorme cantidad de títulos acumulados en el género –sin dudas uno de los más perjudicados por la falta de autores/directores talentosos- es prácticamente imposible encontrar algún vestigio de originalidad o frescura en los mediocres exponentes que llegan a las salas de cine. Bajo el mismo techo no logra escaparse del todo de esa restricción porque si bien la idea rectora es un hallazgo, el desarrollo y el tono general del relato responde a los cánones habituales en los cuales la rutina es el común denominador. ¿Por dónde pasan, entonces, las virtudes de esta película de Grez Barlanti (el creador de las series televisivas Everwood y Eli Stone)? Fácil: la química entre Katherine Heigl y el sorprendente Josh Duhamel es tan potente como para minimizar los defectos de un guión por otra parte superior a la media.
Luego de varios fiascos al hilo -27 bodas, La cruda verdad y Asesinos con estilo- resulta un alegrón que por fin la bella y carismática actriz de Ligeramente embarazada haya dado con un vehículo acorde a su capacidad. Uno que sigue su carrera desde Mi papá es un héroe (la remake de 1994 co-protagonizada por Gérard Depardieu y una Heigl adorable de apenas 15 años) sabe lo que ella puede dar y por eso le exige en consecuencia. Josh Duhamel para mi es una revelación porque sólo lo tenía visto en su rol de militar inexpresivo en la saga Transformers. La dupla se complementa a la perfección animando con excelentes recursos a los mejores amigos de un matrimonio que fallece en un accidente dejándolos como tutores de su beba Sophie. Opuestos y desavenidos en todas las facetas habidas y por haber, la conservadora Holly y el irresponsable mujeriego Messer se ven de pronto superados por las circunstancias, y compelidos por la última voluntad de la pareja fenecida a tratar de superar sus irreconciliables diferencias en aras del bien de la pequeña. Que de a poco surja una corriente de simpatía –y luego algo más- entre ellos es parte del ABC de la comedia romántica típica que Hollywood viene produciendo desde tiempos remotos.
Ante esta decisión de guión quedan dos caminos por seguir: aceptarla de buen grado y disfrutar de las chispas que brotan cada vez que se cruzan estos personajes tan contrastados o, por el contrario, resentir la convención que horada el verosímil forzando una relación amorosa prácticamente irrealizable en la vida real. ¿Podría Bajo el mismo techo haberse alejado de este previsible devenir para ensayar algo diferente? Sí, seguro. Pero para eso faltan ejecutivos con cojones dispuestos a arriesgar su cabeza si las cosas no salen como es dable esperar en un producto de estas características…
El mayor mérito de esta propuesta está relacionado con la minuciosa dosificación del arco de transformación de los dos personajes principales. Los cambios que operan en Holly y Messer debido a la imprevista paternidad se plasman progresivamente y sin apresuramientos. Dentro de este contexto genérico la obra se sostiene con gracia, no abusa de los momentos sentimentales (aunque tampoco los rehuye) y da en la diana cada vez que la beba aporta sus travesuras. Los secundarios no están tan cuidados pero se agradece el fenomenal desempeño de Sarah Burns como una algo excéntrica asistente social que carece de filtro para expresar con palabras lo que se le cruza por la cabeza. La participación de Josh Lucas como un médico divorciado que corteja a Holly sólo puede calificarse como funcional: su presencia responde más a una necesidad de guión –el tercero en discordia- que a otra cosa…
Con varios detalles que recuerdan sin exagerar a Enamorándome de mi ex (la secuencia con la droga, el trabajo de ambas mujeres, el triángulo amoroso, el candidato profesional, etc.), Bajo el mismo techo fluye con amenidad hasta configurar un combo nada despreciable si la comparamos con otras producciones de similar tenor. Y sí, la modestia es parte de su encanto...