El experimento.
Como si se tratara de un negativo de la comedia clásica norteamericana, donde muchas veces los protagonistas tenían resuelta su vida económica y familiar para poder dedicarse de lleno a las aventuras románticas, Bajo el mismo techo no les permite a sus personajes sentirse plenos en el interior de una pareja pero igual les revolea por la cabeza todas las responsabilidades que conlleva formar una familia: mantener una casa, criar hijos, pagar las cuentas. Una especie de El cubo en tono de comedia, la película de Greg Berlanti arranca de manera violenta a sus dos personajes de su apacible vida cotidiana y los introduce brutalmente y sin mucha justificación en una rutina familiar que les es hostil y para la que no están preparados.
El hecho que desata el conflicto principal es arbitrario, inesperado y traicionero. Peter, Alison y su hijita Sophie vienen a ser una especie de familia perfecta, sobre todo en comparación con sus amigos Holly (una solterona linda, obsesiva y un poco hinchapelotas) y Eric (un eterno picaflor que rechaza sistemáticamente cualquier tipo de compromiso). El matrimonio feliz sufre un accidente fatal del que solamente se salva Sophie. Holly y Eric, que desde que padecieron una pésima cita arreglada por Peter y Alison no se soportan, deciden cuidar por unos días de Sophie, hasta que el abogado de la familia les informa que el testamento de sus amigos estipula que, en caso de pasarles algo, su última voluntad es que ellos dos se hagan cargo permanentemente de Sophie.
La solemnidad con que está tratada la muerte de la pareja y las escenas que siguen son el signo más evidente de la debilidad de la premisa: a Holly y Eric se los está sometiendo, ni más ni menos, a la tarea de ser padres contra su voluntad, y el clima forzadamente grave viene a ser un intento burdo de legitimar ese sometimiento. Aunque del brete Holly no sale tan mal parada, porque ella parecía aspirar desde el principio a formar una familia. Sin novio y teniéndoselo que bancar al pesado de Eric y sus conquistas ocasionales, su nueva vida familiar no es la soñada, pero es mejor que nada. El que de verdad sufre la imposición del relato es él, que ahora tiene que hacerse cargo de una familia y una casa enorme con un sueldo que no les alcanza. Justo al revés de lo que pasaba en muchas comedias clásicas, en Bajo el mismo techo los números y las cuentas terminan siendo uno de los grandes temas de la película, como si un cierto sentir de época se filtrara en la historia y hablara del cine y la pareja de hoy: el signo de los tiempos (de los nuestros) parece cifrarse en una existencia trágica y achacosa sujeta para siempre al sueldo, al trabajo, a los aumentos, a la plata (¿alguna vez se vio a algún personaje de Cary Grant preocupado por llegar a fin de mes?).
Después, la película se va a ir toda en los desajustes y balanceos de la relación de Eric y Holly: que a uno le empieza a gustar el otro, que el otro no se interesa, que cambian los roles y el deseado es el que desea, etc. Y, obvio, esto tenía que ocurrir, si los tipos se encuentran de golpe y porrazo con una familia a cuestas y conviviendo como si fueran marido y mujer; o se enamoran, o se terminan matando en cualquier momento. Víctimas los dos de un experimento cruel y gratuito pero que en realidad se pretende un fresco fidedigno de la actualidad (el título original es algo así como “La vida como la conocemos”), a Holly y a Eric no les queda otra que el romance, pero, eso sí, se trata de un romance forzado, a punta de pistola, que no contempla la libertad y la elección de los personajes. Después de todo, al principio de la historia, luego de su primera (y última) cita, los dos ya habían elegido no estar juntos nunca más. Pero la película no respeta esa decisión, sino que se deleita mostrando cómo los dos chocan y se sacan chispas en el escenario de un living o una cocina familiar.
Dejando de lado la gracia y la simpatía de Katherine Heigl (probablemente la primera mujer que se perfila como figura de peso dentro de la llamada Nueva Comedia Americana), Bajo el mismo techo se parece a un experimento de laboratorio: “hagamos que dos personajes diametralmente opuestos se odien mutuamente, y después, de un momento a otro, cuando menos se lo esperen ¡obliguémoslos a formar una familia! ¡A ver qué pasa!”. Así puede resumirse la premisa de esta película que se divierte a costa de sus personajes, que torna miserables a sus criaturas para después señalarlas con el dedo y burlarse, y que para colmo muestra aspiraciones de comentario profundo sobre los sinsabores y recompensas de la vida en familia.