Una gran novedad ofrece la cartelera porteña esta semana. No es habitual ver cine europeo en salas y menos en vacaciones de invierno por lo cual a “Zvizdan” hay que prestarle atención. Lo primero que hay que decir es que sin dudas, esta es una gran oportunidad para acercarnos a un gran director croata, Dalibor Matanic.
Hombre con una carrera ya importante, siempre supimos que la mayor virtud de Matanic para posicionarse como cineasta de primera línea era ser vocero de lo que en su tierra y en Europa Oriental sucede (cultural e ideológicamente). Ya sabemos que tiene un don especial para la dirección de actores y la construcción de pequeñas sociedades. Esta “Zvizdan” suya, es una arriesgada muestra de talento donde tres momentos de la historia reciente son elegidos para establecer recortes de un conflicto que no ha desaparecido aún en lo que alguna vez fue territorio yugoslavo.
Aquí, la tarea es ardua. En “Bajo el sol”, hay una sola pareja de protagónicos en tres historias consecutivas. Todas se enmarcan en un territorio similar y son postales de una sociedad que sigue batallando en silencio, sin hacer caso del armisticio que se haya firmado en lo formal. Pareciera que la vida sigue, pero algo en los corazones sigue detenido y latente.
Y como en todo momento de la vida del hombre, el amor se corporiza. Manifestación de vida que se resiste a desaparecer.
Matanic escribe y dirige una película que pareciera habla de cómo se lleva adelante este sentimiento, cuando la etnia influye en tus emociones. Cuando te vence o te fuerza a luchar por o en contra de ella. Y si bien podemos decir que ese tópico atraviesa los tres episodios, lo cierto es que no se habla tanto de amor, como de sanación. Esta cuestión la percibo más física que los vínculos románticos que pueden o no jugarse. ¿Cómo se puede amar si tu corazón no tiene paz?
Las tres historias tienen una referencia temporal que las distancia, lo cual ayuda a que vemos como espectadores, como el cineasta percibe que su sociedad va manejando este tipo de emergentes… la primera, en 1991 donde dos jóvenes de distintas aldeas se aman , Jelena e Iván - aka Tihana Lazovic + Goran Markovic, pareja principal en todos los episodios- pero lo logran afianzar su relación. Hay demasiado en el aire y viendo que su pequeño micromundo no puede aceptar lo que sienten, deciden escapar con destino a una ciudad distinta. Pero en esa estrategia, son descubiertos y deben afrontar la dura exposición de su decisión.
En la segunda, el tiempo ha pasado. Estamos en 2001 y madre e hija (Natasha), retornan a su pueblo natal a reconstruir su casa luego de la guerra. Pero hay hombres (uno en particular, Ante) que nunca abandonaron su tierra y tienen mucho odio por quienes abandonaron ese espacio. Mucho más cuando hay muertes en la familia y heridas que no cierran, ¿cuál es el camino para seguir adelante? ¿El olvido a veces no es una herramienta válida para reconstruir las existencias mundanas?
No hay amor en el sentido romántico puro aquí, pero podemos anticipar que esa tensión y enojo que circula debe materializarse para ser escenificado y puesto en valor. ¿Por qué algunos pueden perdonan y otros no?
Ahí es donde Matanic se hace fuerte: elige que haya debate en las acciones de sus personajes. Quizás no digan tanto en sus diálogos, pero sus impulsos, los delatan y definen. El hombre detrás de las cámaras muestra oficio de sobra para contar historias donde el dolor, el odio y la impotencia, aparecen en forma casi inmediata y simultánea. Y aún no llegamos al final…
En el tercer episodio, ya en lo que sería la actualidad, una nueva aguja en la piel. Un hombre regresa y con el conflicto ya en apariencia lejana, decide buscar a su ex novia que dejó embarazada al salir de la ciudad. Ese reencontrarse con ella en virtud a lo que sucedió, deparará otra interesante imagen sobre el gran conflicto silencioso q ue se da entre los que se fueron y los que permanecieron.
Entre los que eligieron vivir el trance y quienes prefirieron y pudieron resguardarse. La cuestión es, otra vez, cómo elaborar tanto dolor y seguir adelante.
“Bajo el sol” no es una cinta de las que uno sale indemne. Hay en ella una sutil reflexión en cada fotograma sobre la humanidad y su relación con la pérdida, el dolor y el desconcierto. Sus tres historias emergen con fuerza para presentarle al espectador un panorama veloz sobre que sucede en ese terruño con los corazones de aquellos que eligen amar y enfrentar el futuro. Muy buena.