César, un humilde desmontador de 53 años, consigue un trabajo estable. Su nuevo jefe, un emprendedor inmobiliario, necesita explotar una tierra protegida por la ley. César descubre lo que es capaz de hacer para salir de la precariedad.
Bajo la Corteza conecta con el espectador gracias a la sencillez de las actuaciones y la naturalidad con la que el director decide mostrar el día a día de César, con sus penurias económicas a cuestas.
Incendios forestales en la ópera prima de Martín Heredia Troncoso Martín Heredia Troncoso lleva a la pantalla una problemática habitual en las noticias: la quema intencional de campos. Y lo hace desde la historia de un humilde trabajador rural manipulado por su patrón para efectuar el fatídico acto. Los incendios forestales se convirtieron en una noticia cotidiana para los argentinos. Córdoba, el Delta, Bariloche y Corrientes, son las zonas que todavía resuenan en los medios por perder enormes cantidades de territorio por el fuego, produciendo un daño social, económico y ambiental. Los motivos se desconocen. Mientras en el Congreso la Ley de Humedales espera ser tratada, el conocimiento popular, el vox populi, asegura que se trata de incendios intencionales. Días atrás una cámara de vigilancia capturó a un hombre en Corrientes confirmando dicha teoría en al menos uno de los casos. Bajo la corteza (2022) cuenta mediante la ficción una de esas tantas historias, narrada desde el punto de vista del trabajador rural que comete el acto. Ese hombre es César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez), quien ofrece sus servicios de desmonte en las sierras cordobesas. Sin mucha suerte para ganarse la vida y con su hermana Mabel (Eva Bianco) necesitando un costoso tratamiento médico, conoce a Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario que acaba de adquirir varias hectáreas. Con el fin de montar un emprendimiento turístico denominado, paradójicamente, “Aires del monte”, Héctor ofrece trabajo a César para realizar pequeñas tareas en el terreno y, cuando obtiene su confianza, le propone cometer el crimen ecológico. Bajo la corteza elige este oscuro cuento moral para poner sobre la mesa una problemática habitual en zonas rurales. La historia de un humilde trabajador de campo presionado por las circunstancias -económicas, sociales- a cometer o no el ilícito acto. Una propuesta indecente en términos ambientales de su patrón. La responsabilidad humana y el dilema ético-moral ante el hecho, son algunas de las aristas desarrolladas en el film. Con un gran trabajo de fotografía a cargo de Sebastián Nicolás Aramayo y Juan Samyn, que muestra la inmensidad del territorio quemarse como si se tratase del Apocalipsis en la Tierra, el film de Troncoso co-escrito con Federico Alvarado, vale por poner de manifiesto la gravedad de un tema tan preocupante como naturalizado en estos tiempos. Los incendios forestales se convirtieron en una noticia cotidiana para los argentinos. Córdoba, el Delta, Bariloche y Corrientes, son las zonas que todavía resuenan en los medios por perder enormes cantidades de territorio por el fuego, produciendo un daño social, económico y ambiental. Los motivos se desconocen. Mientras en el Congreso la Ley de Humedales espera ser tratada, el conocimiento popular, el vox populi, asegura que se trata de incendios intencionales. Días atrás una cámara de vigilancia capturó a un hombre en Corrientes confirmando dicha teoría en al menos uno de los casos. Bajo la corteza (2022) cuenta mediante la ficción una de esas tantas historias, narrada desde el punto de vista del trabajador rural que comete el acto. Ese hombre es César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez), quien ofrece sus servicios de desmonte en las sierras cordobesas. Sin mucha suerte para ganarse la vida y con su hermana Mabel (Eva Bianco) necesitando un costoso tratamiento médico, conoce a Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario que acaba de adquirir varias hectáreas. Con el fin de montar un emprendimiento turístico denominado, paradójicamente, “Aires del monte”, Héctor ofrece trabajo a César para realizar pequeñas tareas en el terreno y, cuando obtiene su confianza, le propone cometer el crimen ecológico. Bajo la corteza elige este oscuro cuento moral para poner sobre la mesa una problemática habitual en zonas rurales. La historia de un humilde trabajador de campo presionado por las circunstancias -económicas, sociales- a cometer o no el ilícito acto. Una propuesta indecente en términos ambientales de su patrón. La responsabilidad humana y el dilema ético-moral ante el hecho, son algunas de las aristas desarrolladas en el film. Con un gran trabajo de fotografía a cargo de Sebastián Nicolás Aramayo y Juan Samyn, que muestra la inmensidad del territorio quemarse como si se tratase del Apocalipsis en la Tierra, el film de Troncoso co-escrito con Federico Alvarado, vale por poner de manifiesto la gravedad de un tema tan preocupante como naturalizado en estos tiempos.
Fuego en el rastrojo Con un tema que hoy adquiere todavía más actualidad que cuando fue rodada, la película tiene un tono seco como su paisaje, pero para el peón de campo que la protagoniza "la procesión va por dentro". Es asombroso, pero Bajo la corteza parece hecha con la tapa del diario de hoy. O de mañana. Un terrateniente en expansión, a quienes todos en el vecindario rinde el respeto propio del dueño del lugar, pide a uno de sus trabajadores que le prenda fuego a la foresta, aprovechando el clima seco (no se especifica dónde transcurre Bajo la corteza, pero teniendo en cuenta que se trata de una película producida por el Polo Cinematográfico Cordobés se entiende que es allí), para expulsar a los pobladores y hacerse del terreno. Hasta aquí la tapa del diario. Y de ahí en más la ficción. César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez, que no “hace” de trabajador rural sino que lo es) se ha quedado sin trabajo. Se dedica sobre todo al desmonte (los cartelitos escritos a mano, sobre cartón y copiando letra por letra, ya que Altamirano es analfabeto, son una maravilla). Le pasan el dato de un tal Zamorano (Pablo Limarzi), que “anda necesitando gente”. Lo toma, primero para tareas menores, más tarde para una de mayor escala. Eso es todo lo que debe contarse. Altamirano es como tanta gente de campo, callado, solitario, la cabeza frecuentemente gacha, como si cinco siglos más tarde estuviéramos todavía en tiempos de la Conquista. La paga aumenta, pero a Altamirano le da pudor abrir el sobre para contarla. “Yo confío”, le dice al patrón mirando para abajo. Los tiempos de Bajo la corteza son los del lugar. Pausados. Los planos, como la topografía: secos, callados, como matorrales visuales. Ningún relieve estético, ninguna acentuación, ninguna sobredramatizacion. Salvo una subtrama con la hermana de Altamirano, que sería perfectamente prescindible. A menos que refiera a algo que no aparece en cuadro, producto de otro atentado al campo y a la vida que también se produce en este momento en territorio cordobés. En cuyo caso vendría totalmente al caso. El cronista no pudo dilucidarlo. Altamirano es de esa gente de la que se dice que “la procesión va por dentro”. En la mesa familiar, que sirve la hermana, calla. Cuando el patrón le indica algo, lo hace, aunque alguna mirada de soslayo haga pensar en que lo que le están pidiendo no le gusta. Cuando la hermana necesita dinero, para una operación esencial, Altamirano le entrega un fajo de dinero extra, aunque hasta el momento no haya opinado nada sobre la enfermedad. En la escena más poderosa y emotiva de la película, filmada desde cierta distancia, la hermana dice “no”. Sólo “no”, y rechaza el fajo. Ese “no” trae consecuencias. Los troncos ardiendo en el hogar hablan por Altamirano. Alguna decisión de puesta en escena por parte del debutante Martín Heredia Troncoso tal vez sea discutible. Una pelea en un bar, con el único tipo que le hace frente a Zamorano en toda la película, hubiera tenido una bienvenida violencia si no estuviese filmada desde un plano cenital. Todo lo demás está bien. Incluido el título, que alude a la corteza del árbol, pero también a ese hombre-árbol que es Carlos Altamirano. Que una sola vez “está para servicio”. Será la última. La impresionante imagen inicial, documental, es de esas que vemos en el noticiero, sin atinar a hacer nada.
Viendo el presente ambiental de nuestro país es acertado decir que este estreno no pudo ocurrir en un mejor momento. Bajo la corteza es un film dirigido por Martín Heredia Troncoso que llega a los cines en la semana del 3 de marzo. En las sierras cordobesas -en medio de incendios forestales que azotan a la zona-, César Altamirano (Ricardo Adán Gonzalez) es un trabajador que vive en una situación económica precaria. Todo parece cambiar cuando conoce a Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario en busca de tierras para sus nuevos proyectos. Tras enterarse de la enfermedad de su hermana Mabel (Eva Bianco), ¿hasta dónde será capaz de llegar César para poder ayudar a los suyos? Es hermoso pensar que un largometraje que no sobresale en términos generales, logre mostrar una dura realidad de nuestra sociedad y también del ser humano. La palabra clave en el medio de todo esto es límite; el del poderoso al manipular a otros, y el del humilde al verse arrinconado en una situación de la que parece no tener salida. Es ahí donde las miradas de los otros, y alguna que otra hipocresía, se vuelven claves en esta historia. El elenco, encabezado por Ricardo Adán Gonzalez, logra transmitir lo justo y necesario para llevar este film. Eva Bianco sobresale como Mabel, dándole todavía más efecto a las razones y acciones del personaje de César. Cuando hay planos que parecen durar más de lo necesario es donde se empieza a cuestionar qué puede estar pasando por la cabeza de los personajes, qué los puede llevar a hacer lo que hicieron. Uno siente que está con ellos y se permite esa contemplación mientras los ve trabajar. Tras lo ocurrido en la provincia de Corrientes, este film pega en los lugares correctos, y es lo que más tiene a favor; ya que de a poco se va construyendo entre ambos protagonistas una relación laboral que empieza a bordear la confianza personal y que llega a un punto límite -valga la redundancia-, por el cual el espectador no podrá evitar meterse en los zapatos de César Altamirano y preguntarse qué haría en su lugar. La respuesta, se asume, será lo más difícil de afrontar.
La primera imagen es contundente: Un paneo sobre un enorme incendio forestal. Una línea de fuego se dibuja en la oscuridad del monte y el humo se levanta sobre el cielo nocturno enrojecido por las llamas mientras suenan sirenas lejanas. La imagen es bella y a la vez terrible a medida que advertimos la magnitud de la catástrofe. Bajo la corteza, primer largometraje de ficción del realizador Martín Heredia Troncoso llega en un momento justo y oportuno, cuando imágenes como las que describimos forman parte de las noticias y los debates recientes y a la vez se confunden con otras de episodios similares cíclicamente repetidos. César (Ricardo Adán Rodríguez) es un trabajador rural de mediana edad de las sierras cordobesas. Su principal ocupación es la de desmontar, limpiar de vegetación de un área del monte para que su explotación sea posible. La situación es difícil, el trabajo escasea, y cuando surge la posibilidad de hacer desmontes para Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario de la zona, César siente el alivio de tener un trabajo medianamente estable que le permita sobrevivir. Pero con el correr del tiempo, cuando Cesar demuestre sus condiciones de empleado responsable y confiable, Zamorano le va a encargar otro tipo de trabajo para posibilitar uno de sus emprendimientos inmobiliarios. César se verá en una encrucijada, ya que sabe las consecuencias de lo que le piden pero está a su vez acuciado por la necesidad. El relato va mostrando el devenir de la relación entre estos dos protagonistas. Una relación inherentemente desigual, sostenida en el tiempo y a través de las generaciones (el padre de César trabajó también para el padre de Zamorano), basada en el dominio y la sumisión. Y esto es así por más que no se manifieste en términos crudos y que al principio parezca una relación laboral razonable, respetuosa y prometedora. Heredia elude el estereotipo del empresario con rasgos de villano y muestra a Zamorano de una manera más ambigua, como un tipo de buen trato, campechano, que paga bien y a tiempo, y que tiene relaciones cordiales con la gente del pueblo, aunque a veces se tope con alguno que lo enfrente. Se asemeja en esto al planteo de otro film reciente como El empleado y el patrón de Manuel Nieto Zas, donde también las desigualdades se disimulan detrás de los buenos modales. Es con ciertos indicios que se va sugiriendo el lado más oscuro del Zamorano. De manera más sutil cuando en una conversación amable con César deja en claro sin decirlo, a través de una anécdota de sus padres, que lo que espera es fidelidad y obediencia. De manera más evidente en el único momento en que parece perder el control, al enterarse que un obligatorio estudio de impacto ambiental pone en riesgo su emprendimiento millonario. Será con esta relación ya más afianzada y después de haberle hecho unos favores a César gracias a sus contactos en el pueblo (sacarlo de un apuro con la policía, facilitar unos estudios médicos para su hermana) que dejan a este en deuda, que llegará el encargo. El momento de su formulación no se muestra y queda fuera de campo, dejando al personaje en las sombras en las que normalmente opera, pero dando cuenta de su turbiedad. Casar es un tipo honesto pero los problemas lo cercan. La dificultad para conseguir un trabajo a su edad y la enfermedad de su hermana le reducen las opciones. Sabe lo que está bien y lo que está mal en este caso y lo que tiene para perder sea cual sea su elección, sabiendo también que no hay vuelta atrás. César es además un tipo humilde, callado y acostumbrado a perderse en el paisaje o esconderse en sí mismo. Heredia muestra su disyuntiva, su pelea interna, tratando de no ser intrusivo y de no juzgar, dando cuenta de ella a través de su rostro, de su emoción contenida o de un llanto mostrado a distancia. No hay discursos, no hay bajadas de línea explícitas. Hay un drama humano y una tragedia colectiva mostradas desde un lugar íntimo y desde una puesta ascética, de planos largos y silencios. Heredia aborda el tema tratando de atender su complejidad, que tiene que ver fundamentalmente con las relaciones de poder y donde los principales responsables, aquellos que siempre se benefician, casi nunca son expuestos. BAJO LA CORTEZA Bajo la corteza. Argentina. 2021 Dirección: Martín Heredia Troncoso. Elenco: Ricardo Adán Rodríguez, Eva Bianco, Pablo Limarzi. Guión: Federico Alvarado y Martin Heredia Troncoso. Fotografía: Sebastián Nicolás Aramayo, Juan Samyn. Música: Anselmo Meliton Cunill. Montaje: Guillermina Chiariglione. Dirección de sonido: Juan Ignacio Giobio, Ignacio Seligra. Dirección de arte: Ana Fernández Comes. Producción: Ana Eva Mocayar. Dirección de Producción: Florencia Román. Jefa de producción: Ana Lucia Frau. Duración: 82 minutos
Un drama rural que cobra una inusitada actualidad con lo ocurrido recientemente en los pavorosos incendios forestales de Corrientes. O el recuerdo de lo ocurrido en Córdoba, de donde es el realizador Martin Heredia. El eligió una mirada que es la de los trabajadores, siempre necesitados y sacrificados que caen en relaciones patronales abusivas, en trampas labradas por los sufrimientos acumulados y las injusticias recibidas. Sin juzgar, la historia sigue a un trabajador especializado en desmalezar terrenos para la construcción de viviendas. Ese hombre falto de trabajo, con una hermana en problemas, se cruza con un empresario inmobiliario sin escrúpulos y manipulador. El drama de un desastre ecológico desde otro punto de vista, sin juzgar. Para el rol principal convoco a Ricardo Adán Rodríguez, un debutante, secundado por la gran Eva Bianco. Un film potente y original.
Martín Heredia Troncoso elige centrar su ópera prima en un tema estremecedoramente vigente como son los incendios forestales pero trabaja, al mismo tiempo, con un tema que se celebra que empiece a tomar forma dentro del cine argentino actual, como lo son las relaciones laborales irregulares, un sistema perverso y excluyente que merece este tipo de análisis profundo al que se le está dando espacio. Siguiendo con la línea de “El empleado y el patrón” (Manolo Nieto, 2021) y “Golondrinas” (Mariano Mouriño, 2020) sólo por citar algunos ejemplos muy recientes, el trabajo de Heredia Troncoso presenta una narrativa que por momentos se asemeja mucho al registro documental, para ir adentrándonos en una historia de ficción. Historia que, por otra parte, no se aleja en absoluto de una representación de lo real, sobre los vínculos desiguales que subyacen en las relaciones laborales, más aún en las rurales donde se juega con la falta de conocimientos de los trabajadores –que a veces incluso se presenta abuso frente a trabajadores sin alfabetización- y una extrema necesidad económica que los posiciona aún más en un desnivel que raya con el trabajo esclavo y la “propiedad” del empleador por sobre su trabajador. “BAJO LA CORTEZA” aborda todas estas situaciones que se dan entre un empresario generando negocios inmobiliarios en lo que podríamos suponer que es el monte cordobés para lograr su expansión comercial y Altamirano, un trabajador rural (Ricardo A. Rodríguez, un acierto haber convocado a un verdadero trabajador rural para cubrir este papel) que presta sus servicios en forma independiente ofreciendo su fuerza de trabajo dedicada al desmonte. Cuando se entere que Zamorano, el terrateniente, necesita gente de confianza tendrá una entrevista en la que primeramente le ofrecerán trabajos menores hasta que comience a generarse un vínculo que, aparentemente, se basa en la confianza mutua pero no tardará en develarse el revés oculto de la trama. Las mejoras que se van produciendo en el salario y la manipulación para ir ganando la adhesión en el vínculo que Zamorano refuerza con comentarios y frases sobre la confianza y la entrega que han tenido otros empleados de la familia, irán generando un cierto compromiso para realizar ciertos trabajos más arriesgados y con otras implicancias. Altamirano por su lado no puede negarse: no sólo siente fidelidad por su patrón (amo?) sino que ciertos problemas familiares vinculados con la salud de su hermana no le brindan demasiadas opciones. Troncoso trabaja perfectamente esta relación laboral arquetípica colocando en momentos muy precisos la tensión dramática. A través de los silencios y la sumisión de Altamirano, logra el resumen perfecto de cómo suelen desenvolverse estos vínculos que, desde una mirada instalada desde lo social y cumpliendo con todos los cánones tradicionales, no tienen una escapatoria posible: la necesidad del puesto de trabajo hace que sea prácticamente imposible no quedar entrampados en el juego de todos los “Zamorano” que existen en el ámbito rural y en tantos otros emprendimientos. Es muy interesante también el trabajo de Troncoso con su cámara, en cuanto a presentar al territorio como un integrante más de la trama, como un escenario propicio y necesario para desplegar este dilema moral, en donde relaciones fuertemente desiguales, empujan a tomar ciertas decisiones influidas por las circunstancias. La vigencia del tema y la conexión con la actualidad potencian aún más una de las tantas historias que son imprescindibles para que nuestro cine comience a generar un espacio de discusión y a mirar temáticas que, de otra forma, quedarían completamente invisibilizadas. POR QUE SI: «Trabaja perfectamente esta relación laboral arquetípica colocando en momentos muy precisos la tensión dramática «
Con puntos de conexión con la dolorosa realidad que se vive en Corrientes y varias provincias del norte, en materia de incendios forestales, el registro de cómo un hombre desea superarse sin molestar a absolutamente nadie, permite adentrarnos, de lleno, en una realidad dolorosa. Por momentos el cruce entre ficción y documental se desvanece, afortunadamente.
Con la misma austeridad del paisaje de las sierras cordobesas, el director, Martín Heredia Troncoso, muestra con sobriedad y justeza la situación actual de los bosques nativos, la destrucción de la naturaleza en pos de la ganancia económica, poniendo de manifiesto además, la situación de indefensión y precariedad laboral por la que atraviesan los trabajadores rurales. Y en cierto sentido, deja al descubierto la perversión de un sistema que convierte en responsables de su propia explotación a las víctimas que la sufren, debiendo pagar ellas mismas todos los costos. AIRES DEL MONTE César Altamirano (Ricardo Adán Rodríguez) es un trabajador rural eventual, es decir, precarizado, sin pertenencia alguna a sindicato o agrupación gremial que defienda sus derechos laborales. Vive de changas, vende la leña que corta, sin la posibilidad de recurrir a una bolsa laboral que lo provea de trabajo cuando la demanda laboral escasea. Pedirá trabajo en el Municipio, en donde una empleada, Amaya, a cargo de Recursos, le sugerirá el nombre de Héctor Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario inmobiliario que contrata personal eventual para su emprendimiento. A partir del encuentro con Héctor, el empresario, comenzará a recibir pequeños encargos, como limpiar una zona de árboles o desalambrar un campo para extender el área de tierra a desmontar, con la promesa de algo más grande y redituable. En uno de los encuentros en los que Héctor comparte con César un trago amenizado con una breve charla aleccionadora sobre la paga, Héctor le habla de la relación que su padre, el patrón anterior, tenía con un tal Laureano, que fiel a su dueño, durante treinta años, recibía el sobre de la paga sin contar jamás el dinero, prometiéndole al patrón que al día siguiente estaría a la misma hora en el trabajo sin importar el dinero que contuviera el sobre, fueran cinco pesos o diez sueldos. Esta anécdota que Héctor utiliza a modo demagógico más que pedagógico le sirve para mostrar el vínculo de ciega sumisión y el mecanismo de explotación que existía por entonces y que ahora continúa igual, aunque algo maquillado, por la condescendencia del patrón más actual que aparentemente borra las jerarquías con buenos tratos limando cualquier aspereza, que le sirve para seguir usufructuando el trabajo no reglamentado, volviendo esa fuente laboral en algo inestable, eventual, con un costo fluctuante que decide el trabajador de acuerdo a su apremio y sus necesidades. Por eso mismo, Héctor insta a César a contar el dinero para demostrar que los tiempos han cambiado, aunque la situación de precariedad y explotación no sólo no parece haber quedado atrás, sino que ha empeorado… LEÑA DEL ÁRBOL César es tan áspero y seco tanto en su habla y gestos como la leña que corta y que replica la aridez del paisaje que lo rodea. Apenas si deja entrever alguna expresión en su voz o en sus gestos cuando se encuentra a comer en la casa de su hermana Mabel que vive sola con su hijo, es decir, su sobrino. Pareciera que César cubre la ausencia del hombre de la casa. Su hermana, Mabel, que trabaja de cocinera en una fonda, debe abandonar el trabajo temporalmente, sufre mareos por extremo cansancio, para someterse al tratamiento de una enfermedad que no se nombra y de la que nunca se habla. Es en este punto de inflexión cuando César se verá obligado a aceptar con más reservas que reticencia una propuesta de Héctor, su patrón. El trabajo de desmonte se da en paralelo a la enfermedad que sufre Mabel, como si el cuerpo de la tierra y el de la mujer confluyeran en el mismo punto, en el de la destrucción del organismo sano debido a la brutal explotación sufrida. Viendo el catre y la habitación en la que duerme César, su camioneta tan precaria como su vida laboral, se pone de manifiesto que él como trabajador rural es doblemente victimizado, como trabajador no reglamentado, viviendo al día, sin la posibilidad de planificar o proyectar su vida, y como hombre, sacrificado como el chivo expiatorio que los poderosos, debido a su voracidad y codicia, no dudan en utilizar para llevar a cabo un crimen del que siempre quedarán libres de culpa y cargo para seguir engrosando sus ganancias demenciales a costa de la destrucción de la naturaleza, es decir, de la vida de los hombres que la habitan.
FUEGO, CULPA Y TRAPOS SUCIOS Si no fuera por una línea hacia el final, que remarca de manera artificiosa lo que ya se había entendido, podría decirse que lo que atraviesa a Bajo la corteza es, principalmente, la sutileza. Con un tono austero y una economía formal, la película de Martín Heredia Troncoso cuenta la historia de César (Ricardo Adán Rodríguez), un desmontador cordobés que sobrevive con trabajos esporádicos, cada vez más escasos. La oportunidad de estabilidad aparece cuando conoce a Zamorano (Pablo Limarzi), un empresario de la zona que lo contrata para limpiar unos terrenos en los que va a edificar. La relación entre ambos será en principio cautelosa, de respeto mutuo, pero a partir de una serie de favores por parte del patrón, César va a quedar a merced de sus intenciones, que incluyen conseguir unas tierras amparadas por la ley. Si el conflicto se demora y aparece casi como un apunte político cerca del final, es porque el interés del director está puesto en retratar primero las rutinas de César, para luego enfrentarlo con las consecuencias de sus decisiones. La cámara observa los trabajos y los días de César con planos fijos que muchas veces se extienden, permitiendo un registro realista que bordea el documental. Una operación similar a la que realizaba Lisandro Alonso en su ópera prima, La libertad, otra película que ponía su atención en las minucias de un trabajador en un entorno rural. Pero mientras aquella se despojaba de una narrativa convencional y se estiraba interminablemente a pesar de su corta duración (un gesto propio de cierto cine pensado para vivir y morir en festivales), Bajo la corteza encuentra en esa observación lo que propone desde el título: escudriñar lo que se esconde detrás de lo aparente, que en este caso va de la falta de oportunidades del peón, aprovechada por el patrón para establecer una relación de dominación en base a buenos tratos, a los intereses económicos que se mueven atrás de, por ejemplo, un incendio “accidental”. Lo hace, como dijimos, trabajando sobre la sutileza. En una historia que podría caer fácilmente en estereotipos, en una mirada paternalista y, aún peor, en tentadores apuntes subrayados sobre la explotación laboral y la diferencia de clases, Heredia Troncoso elige hacer lo contrario, concentrando la tensión en el fondo de los hechos. Se vuelve más evidente con la manera en que se muestra a Zamorano: un tipo de trato cordial, siempre preocupado por el bienestar de sus empleados, que eventualmente va a mostrar su cara más oscura, pero sin dejar sus modos de lado. Algo similar ocurre con César, que va a verse arrastrado por los acontecimientos, pero casi nunca va a desbordarse (y a eso contribuye la actuación monolítica de Rodríguez). El autocontrol que el director le imprime a la historia hace que a veces las cosas parezcan estancarse y girar sobre sí mismas, pero la sensación se termina disipando entre las llamas, que dan lugar al plano más logrado de la película, por lo que muestra y por lo que da a entender: un César verdugo y, al mismo tiempo, víctima de sus circunstancias. La denuncia obviamente aparece, y podríamos trazar un paralelismo un poco oportunista (de nuestra parte) con la situación actual en la provincia de Corrientes, pero es mejor destacar el logro principal de Bajo la corteza: la capacidad de no hacer explícita esa denuncia, y trabajarla, como al resto de la historia, de manera subterránea hasta volverla evidente.
¿Qué estás dispuesto a arriesgar para salir de la precariedad? Bajo la corteza, el film de Martín Heredia Troncoso, narra situaciones que triste y casualmente son de relevancia por estos días, luego de la compleja situación vivida en la provincia de Corrientes, pero en este caso, como zona de contexto en la provincia de Córdoba. Contratado por un misterioso empresario inmobiliario (Héctor Zamorano), quien se jacta de cierta correcta moral en el trato para con sus empleados y bienestar, el humilde trabajador interpretado por César Altamirano recibe diversos encargos que incluyen el desmonte de ciertos terrenos que le son señalados a medida que los “proyectos” tienen lugar, o se inician. Al cruzar la línea de lo necesario, Altamirano descubre cuán lejos llegó y qué terribles son las consecuencias de los actos de la ambición. La película tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (FICVIÑA – Chile), en la competencia latinoamericana, en septiembre del año 2021. Luego pasó por el Festival Internacional de Cine de la Plata (Fesaalp – Argentina). El elenco está compuesto por César Altamirano, Ricardo Adán Rodríguez, Mabel Altamirano, Eva Bianco, Héctor Zamorano y Pablo Limarzi.
Este filme representa el debut de Martín Heredia Troncoso y para ser justos debiéramos decir que a pesar de parecer oportunista en realidad no lo es. También es dable decir que se establece muy cerca de esa estética tan de moda en el cine argentino no narrativo. Particularmente me recordó al injustamente súper sobre valorado filme “La Libertad” (2001) de Lisandro Alonso, sin ser tan irrespetuoso con el público. El punto central del relato se cierne sobre incendios forestales en la provincia de Córdoba, pero la realización es anterior a la trágica realidad que se esta viviendo en la provincia de Corrientes. Sin embargo, extirpando esa variable, la película no es otra cosa que mostrar en casi todo su recorrido al personaje central, en las aventuras que se vio envuelto y como se desenvolvió. (Gracias Les Luthiers). En el invierno de las sierras cordobesas, César Altamirano un humilde trabajador rural vive en una situación económica muy precaria. Buscando mejorar su condición de vida conoce a Héctor Zamorano, un empresario inmobiliario con quien comienza una relación laboral prometedora. Zamorano lo pone a prueba, le pide a Altamirano haga lo necesario, con su capacidad por ser desmontador de bosques, para poder utilizar un terreno protegido para su negocio inmobiliario. Sin medir posibles consecuencias, César descubre lo que es capaz de hacer para cambiar su realidad. El problema es que el conflicto se presenta muy cerca del final del filme, no hay desarrollo del conflicto personal, atravesando lo social, hacer lo correcto o lo beneficioso, sino que solo muestra las consecuencias, que podría involucrar a sus afectos. Estéticamente es irreprochable, lo mismo desde la banda de sonido, nada que decir de la actuación ya que su rostro es siempre imperturbable, que se nota mas por impericia que otra razón. Que el titulo tienda a establecerse como una metonimia, mas que como alegoría se da de bruces con la falta de elementos para su interpretación. El guion es paupérrimo, es mas, se podría decir que en realidad es una muy buena idea sin desarrollar, ergo aburrido. Calificación: Regular