Las películas sobre enfermos terminales tienen aristas muy definidas cuando se habla de los ejes del conflicto. Tres vértices principales sobre los cuales se apoya el drama: primero, la discriminación, indiferencia y cómo el entorno social y familiar toma la situación; segundo, la burocracia del sistema de de salud y/o la ausencia del estado como factor de contención; tercero, la propia forma de tomar las cosas por parte de quien padece la enfermedad, lo cual supone una gran oportunidad para hacer crecer a un personaje. Sea el SIDA como en la extraordinaria “Philadelphia” (1993), una enfermedad desconocida como en “Un milagro para Lorenzo” (1992), o elefantiasis como en “Máscara” (1985), el espectador deberá convivir con “eso” invitándolo casi por carácter impuesto a ponerse en el lugar de quien padece. Llorar se llora pero cómo se llega a eso marca la diferencia entre “50/50” (2013) o “Eternamente amigas” (1991) entre los miles de ejemplos posibles.
Claro, según como sea el abordaje de la temática estaremos frente a un dramón lacrimógeno, a veces con golpes muy bajos a la sensibilidad, otras con salidas más pensadas y elaboradas), o frente a una obra muy parecida a una comedia que intenta llegar, a través del humor y la emoción, no sólo al corazón de la platea sino a un gran nivel de profundidad del tema.
“Bajo la misma estrella” (pésima elección respecto del título original) transita por esta última opción, adosándole los elementos clásicos del romance. Hazel (Shailene Woodley) tiene cáncer de pulmón, lo cual la obliga a ir de acá para allá con un respirador artificial. No tiene muchas esperanzas pese al intento denodado de sus padres de encontrar actividades que la hagan abrazarse al lado luminoso de la vida, evitando que la depresión de su hija pese a la propia. Asiste a un grupo de autoayuda en el cual conoce a Gus (Ansel Elgort), quién perdió la pierna por otra variante de la misma enfermedad. Desde el vamos, entonces, la protagonista nos avisa que no estamos frente a “una de esas de Hollywood en las que al final todo se arregla”, y luego agrega: “A mi me gustan más ese tipo de historias, sólo que no son verdad”. Si me permite yo voy a agregar: vaya al cine con un kilo de carilinas.
Hazel y Gus parecen la antítesis del otro respecto de cómo tomar su condición. Gus ha decidido que quiere trascender, llegar a ser, o hacer algo importante, que cambie la vida de la gente; Hazel está absolutamente resignada. Se tiran dardos en la reunión… Ni pregunte. Se gustan mucho. Muchísimo. Allí está el segundo acierto del director Josh Boone de la correcta “Un lugar para el amor” (2012), estrenada el año pasado, lograr en el espectador en pocos minutos, un nivel de compromiso con la historia desde el punto de vista de Hazle, para luego contraponer un altísimo grado de optimismo en el personaje de Gus. Sobre él descansa el peso de casi toda sonrisa posible a lo largo de la obra.
Desde el vamos, el primer acierto es la elección de la pareja protagónica (venían de hacer “Divergente” , 2014). Shailene Woodley y Ansel Elgort le otorgan a sus personajes frescura, personalidad y determinación. Funcionan en cada fotograma como un ejemplo cabal de química escénica sosteniendo cada escena con tanto talento que sobrellevan varios pasajes muy cercanos al melodrama. Es por estos personajes (muy bien concebidos y descriptos en la novela de John Green) que el espectador vibra y siente su propia construcción de la historia. El realizador apela siempre a la sensibilidad, pero no por acciones de la historia sino por la omisión del golpe, bajo aunque haya escenas que subrayan la lágrima. El resto del elenco cumple con creces (tal vez Willem Dafoe está un poco sobreactuado), y así la historia de amor se hace creíble y llevadera.
Una suerte de “Amor eterno” (1981) moderna y varios etcéteras, “Bajo la misma estrella” camina con música acorde a esta época, diálogos sueltos y ocurrentes, y un desenlace que se corresponde con el mensaje final. No pasará desapercibida en los próximos premios de la academia pero, sobre todo, hay una generación que tendrá motivos para recordarla mucho tiempo. No estamos frente a una obra maestra, claro está, sino ante una producción que tiene las características necesarias para convertirse en un referente a la hora de recordar las películas de la segunda década del siglo XXI. Si quiere llorar, llore.