De instantes eternos y lágrimas adolescentes.
“Creo que tenemos una elección en este mundo sobre cómo contar historias tristes. Por un lado, podríamos endulzarlo, donde nada está demasiado mal como para no poder solucionarse con una canción de Peter Gabriel. Me gusta tanto esa versión como a cualquier otra chica. Es que no es la verdad. Esta es la verdad”. En el inicio de un largo viaje al sentimiento de los pequeños infinitos, Hazel Lancaster (Shailene Woodley) se apura a decirnos que su historia no es como las otras. Y, en varias formas, lo es y no lo es. Esa es la cruz que se carga encima Bajo La Misma Estrella (The Fault In Our Stars, 2014), donde su lucha entre la entrada a las convenciones de la temática juvenil y la salida a la peculiaridad con un tema real es la pieza central de esta adaptación de la novela best seller homónima de John Green.
Pero volvamos a Hazel, y su relato de vida que, por el arranque de la película, es resumido en tres palabras, tan simples de pronunciar como de estigmatizar: ella tiene cáncer. Presentándose con su respirador como una parte más de su cuerpo, ella trata de convivir con el hecho de que no le queda mucho; incluso le dicen que tiene suerte de llegar a la adolescencia, como resultado de un exitoso (pero no milagroso) tratamiento experimental que mantiene sus pulmones. No extraña, entonces, que su personalidad sea tan cerrada y antisocial. Pero cuando su familia la obliga a reunirse con un grupo de apoyo, las obligatorias lecciones de moralina y dehumanizaciones accidentales la llevan a conocer a Gus (Ansel Elgort), un compañero de enfermedad con una constante sonrisa y un arsenal de observaciones cargados para cada ocasión. A pesar de ser un ex-atleta que perdió una pierna debido al osteosarcoma, el carismático muchacho no tarda en entrar en su mente, tirando lecciones a cada costado (por ejemplo, siempre lleva una “metáfora” algo pretenciosa de usar un paquete de cigarrillo encima para estar en poder del objeto asesino) y enseñándole como la vida puede disfrutarse y definirse más allá de sus aflicciones.
okay
Con ese planteo, el director Josh Boone (Un Lugar Para El Amor) lanza la base que sostiene toda la película: el dúo de Woodley y Elgort. Habiendo aparecido hace pocos meses como hermanos en la película Divergente, la pareja es la química que establece el tono con el cual se va a tratar un tema tan delicado, con el inevitable drama de la situación del cáncer siendo desviado por el encanto de sus estrellas y una sinceridad en el deseo de ver a las personas detrás de la enfermedad. Fue la decisión indicada llamar a Woodley, quien ahora amenaza con tomar la corona sostenida por Jennifer Lawrence sobre el imperio young adult, para traer la impronta. Como Hazel, la actriz de Los Descendientes y The Spectacular Now muestra su gran valor al capturar la inseguridad detrás de alguien que pone un muro entre sí y su mundo, queriendo evitar el menor daño posible, pero arruinando su poca perspectiva; hecho visto también con una bien manejada subtrama con sus padres, interpretados por Laura Dern y Sam Trammell. La sorpresa viene por parte de Elgort, quien impone a su Augustus Waters con el soporte de un carisma innato, de esos que hace pensar en las demencias que genera en las mentes de las chicas en las salas.
Pero, crease o no, ahí también yace el problema, ya que Gus es tan vivaz y perfecto para ella (en esa forma que se acerca con gusto a la fórmula) que nos hace pensar bastante en modelos vistos antes, personajes como, digamos, Lloyd Dobler. ¿Quién? El que arreglaba todo con un tema de Peter Gabriel, simplemente. Es ahí donde se nota la ruptura entre la intención y la ejecución (algo que se nota al recordar como, hace un par de años, 50/50 logró el mismo cometido con mucha más facilidad). Después de todo, la estructura del film no se distancia de las tantas otras películas indies de la última década sobre “chico/a melancólico que conoce a una persona energética, alegre y peculiar que le enseña a vivir”: la dirección limpia y seca mediante digital de Boone, el soundtrack repleto de artistas emergentes de los últimos seis meses, y una catarata de comentarios astutos para chicos precoces que parecen salidos de la mente de un revivido John Hughes. Es algo peligroso de repetir pero que logra sostenerse, excepto por una cosa: la insistencia en el realismo de la situación. Cuesta cada vez más sostener la conexión con la cercanía cuando, de repente, nos vamos a Amsterdam para conocer a un autor y dar una serie de citas soñadas, experiencias que son puntuadas por una particular visita de Hazel y Gus a la casa de Ana Frank. Sí, esa Ana Frank. Cuando uno mezcla una comparación con una figura histórica real que sufrió distintas y diversas penas con un pasaje repleto de clichés hollywoodenses y aún busca cierto naturalismo, la mayoría de las chances indica que no sabe donde ir.
Bajo-la-Misma-Estrella
Y aún así, Bajo La Misma Estrella funciona porque está consciente del poder de su elenco, y de una visión de la tragedia que, si bien no evita ciertos golpes bajos, sabe cuando darlos. Vale la pena sufrir un poco por este resultado.