El maquillaje corrido.
En una escena de esta película, los protagonistas se dan su primer beso en el museo de Ana Frank alrededor de unos turistas que comienzan a aplaudirlos; en otro momento, los personajes lanzan frases como “si hay algo peor que tener cáncer es que tu hijo tenga cáncer” o “el mundo no es una fábrica de deseos”; en otro momento, el protagonista se coloca un cigarrillo -que nunca enciende- en su boca para presumir una metáfora sobre la vida y la muerte. Bajo la Misma Estrella es una lija que nos engaña con ser terciopelo: es bruta cuando debería ser refinada.
Es cierto que Bajo la Misma Estrella está ubicada unos centímetros más allá de lo que se podría esperar de un relato con enfermedades terribles y amores truncos. Los lectores de la novela remarcan su orgullo por leer algo que, por momentos, se toma con humor toda la desgracia que atraviesan sus personajes favoritos. Sin embargo, el problema principal del film es que el director Josh Boone protege tanto el material original que nunca deja que una simple pero corrosiva gota de acidez haga contacto con las oxidadas piezas de este relato mecánico. Pero es menos difícil manipular la comedia que transportar con cuidado el radioactivo material de la ironía. El humor es calculado y la autoconsciencia transparente: se nota demasiado el esfuerzo de Bajo la Misma Estrella por ser algo distinto, algo que oscila entre el abismo de la tragedia y la cumbre de la felicidad.
Es difícil encontrar honestidad en un producto tan calculado como este, que desprende frases y situaciones imposibles (todo lo que sucede en Ámsterdam, por ejemplo) reparadas únicamente por la pareja protagónica. Y aunque el film mencione estrellas e infinitos, tanto Shailene Woodley como Alsel Elgort son menos galácticos que ordinarios. El problema con las películas actuales de y para adolescentes que buscan con desesperación su lugar en el mundo es que nos enfrían con su asexualidad: los rostros pueden ser perfectos pero nada asegura que haya algo demasiado interesante de la cintura para abajo. Los actores de Bajo la Misma Estrella podrían viajar al lado tuyo en el colectivo en vez de mirarte desde una limusina. Woodley ya había demostrado en The Spectacular Now (si no la vieron se consigue en internet) su rostro particular, su cuerpo humilde, su voz ligeramente áspera sugieren menos fantasía que compromiso. El tal Elgort es una sorpresa simpática, moviendo sus brazos al ritmo de una canción funk que parece sonar solo en su cabeza. Esta sinceridad física y emocional es la que lucha (y que al final pierde) contra ese chiste puesto ahí y esa música puesta allá para arrastrarnos a un mundo que pretende ser real pero que está manejado con más matemática que corazón.
Bajo la Misma Estrella es torpe, absurda y manipuladora. Es también una película demasiado fácil de destruir. Muchos críticos jóvenes se agarran la cabeza, se ríen y hacen gestos sobre lo que sucede en la pantalla y, sin embargo, en vez de comprender (que no es lo mismo que justificar) eligen no entender. Y no entender camina de la mano con criticar libremente en la cantidad de caracteres que demanda un pequeño rincón virtual.