Cuesta abajo en su rodada
Si de algo no podemos acusar a Bajo la misma estrella es de deshonestidad -no al menos en el principio-. La película de Josh Boone -adaptación de una exitosa novela de John Green- es bien clara desde un comienzo: los protagonistas están enfermos y al borde de la muerte, no es que la muerte viene a sorprendernos en medio del romance adolescente. Es decir: tómalo o déjalo. Desde ese lugar, Bajo la misma estrella es una película correcta, que funciona en sus propios términos y que hasta es bastante pragmática con lo suyo: no da demasiados rodeos con la enfermedad, la exhibe con sencillez y hasta la deja de lado para construir lo mejor que tiene en sí la historia, un romance adolescente, juvenil, sobrecargado de datos trágicos pero que por un rato largo nos hace creer aquello que su protagonista dice en un comienzo sobre no edulcorar los hechos como hacen las películas de Hollywood. El problema es, claro que sí, que llegado el momento cae en todos los lugares comunes más berretas, abusa del golpe bajo para la platea y es ahí donde traiciona su premisa, convirtiéndose en un drama convencional y exacerbado en sus resabios románticos.
La primera parte del film es un relato romántico simple, pero efectivo, y un poco trágico -aunque contenido- por el hecho de las enfermedades que acarrean ambos amantes. El director saca a relucir oficio de retratista de melodramas, y la película se sostiene también porque encuentra en Shailene Woodley y Ansel Elgort una pareja única, de una química sustanciosa y espesa: por un rato largo nos hacen creer sus personajes, jóvenes inexpertos emocionalmente que construyen estereotipos -la cínica ella, el positivo él- para la subsistencia. A estos dos sumémosle a la siempre digna Laura Dern, como una madre creíble y carismática. Bajo la misma estrella, en este segmento, se muestra como una refinada apuesta de Hollywood por recuperar a un público adolescente ganado por las sagas fantásticas o románticas bochornosas a lo Crepúsculo. Hasta ahí, el film tenía su cuota cursi, pero también una bien ganada mirada desestructurada sobre la muerte y sobre cómo el ser humano se enfrenta a esa situación límite.
Lo que viene después -después de esto y de cierto viaje a Amsterdam que emprenden los amantes- está mucho más cerca de los prejuicios que uno tenía antes de entrar al cine. Bajo la misma estrella se desbarranca en una sucesión de secuencias a cuál más morbo, y más apuntalada para ganarse al público a puro moco tendido. El problema en sí no es ese, sino que durante su primera parte la jugó de otra cosa. Y, tal vez, como aceptando que el paciente (el público) se le iba, terminó apostando a una coda repetitiva en despedidas, llantos, cursilerías, romanticismo chantún, frases motivacionales, tragedias -ahora sí- sacadas de la galera, y giros inverosímiles en personajes que vuelven cuando nadie los esperaba.
Eso sí: dos cosas son claras en Bajo la misma estrella. Uno, que la película va a la caza del público que dejó vacante Crepúsculo, y lo hace con efectividad, más allá de lo que eso signifique. Dos, que Woodley es un talento gigantesco y simple, alejada del concepto de estrella, y que luce en el drama con una soltura apabullante (no así en la acción de Divergente). Ella, al fin de cuentas, termina sosteniendo una película que se desbarranca por su propia falta de consistencia para mantener su apuesta inicial.