El suceso “The fault in our stars” está llegando a salas porteñas y debo decirles que esta adaptación cinematográfica dela pieza literaria de John Green, no defraudará a seguidores y fans del escritor. Recordemos que este best seller no es sólo una novela de ficción, sino que aborda cuestiones delicadas en cuanto a cómo enfrentarse, teniendo poca edad, a una de las situaciones más críticas para el ser humano: lidiar con una muerte segura.
Hoy, este libro se encuentra traducido en muchísimos idiomas y ha generado una legión de adeptos que comparte pensamientos, frases de autoayuda e intercambia impresiones acerca de la fuerza del amor y el valor de enfrentarse con hidalgía, a lo inevitable.
En este caso, “Bajo la misma estrella” (título local que no es traducción exacta), está a mitad de camino entre la premisa de vivir el momento, dejarse llevar por el amor en este presente único (entendiendo que lamentarse por lo inmodificable es fútil y hay que vivir lo que está a nuestro alcance) y dejar una huella, ser recordado, por las acciones que uno lleva a cabo en este pasaje material que es la vida misma. Hay aquí entonces un crossover que le da un sentido particular al material que se pone en juego, rico para el análisis e intenso en emociones fuertes.
Por qué? Hazel Grace (Shailene Woodley) es una sobreviviente. Tiene 16 años y lucha contra el cáncer desde pequeña, cuando su tiroides enfermó y la enfermedad se expandió hacia sus pulmones. Un tratamiento experimental la salvó, pero su salud es frágil y porta asistencia respiratoria permanente para poder vivir. Ella es una chica dulce, preocupada por el desgaste que su lucha produce en sus padres y deseosa de complacerlos, dado que percibe su dolor (dice en un momento, que “más duro que tener cáncer, es tener un hijo con cáncer”). Siendo única hija, es el centro neurálgico de su familia.
Cierto día, su mamá (Laura Dern), la invita a un grupo de autoayuda entre adolescentes que han sufrido, o atraviesan, la misma circunstancia.
Es allí donde conocerá a Augustus (Ansel Elgort), un jovencito muy sagaz, que perdió parte de su pierna por el cáncer, aunque, actualmente está sin síntomas y con ganas de recuperar el tiempo perdido. El impacto será inmediato. Hazel, condenada a no relacionarse con las personas porque sabe que en cualquier momento la enfermedad puede llevarla en poco tiempo a la muerte, quedará impactada por la energía y ternura de Augustus, quien intuitivamente descubrirá la puerta de entrada al corazón de la adorable adolescente, que carga con el tanque de oxígeno portátil a todos lados. Detalle a tener en cuenta.
No, no será una relación sencilla. Pero al mismo tiempo, se transformará en una historia de amor en el límite. Fronteriza con la muerte.
Hazel y Augustus intercambiarán libros favoritos y eso dará pie a una aventura interesante. El libro de cabecera de nuestra protagonista se llama “An imperial affliction” y si bien es una ficción, la ha movilizado mucho y afecta la manera en que percibe y enfrenta al cáncer en su vida. Es así que Augustus decide contactar al escritor, que vive en Amsterdam (Williem Dafoe) y para sorpresa de todos (es muy reservado y poco se sabe de él desde que se mudó al exterior), el autor acepta recibirlos y evacuar sus dudas con respecto al destino de los personajes de la obra.
Sin anticipar más, el viaje cambiará sus vidas y desde allí y hasta el final, la tierna historia de esta pareja iniciará una montaña rusa de emociones encontradas, capaz de movilizar hasta al espectador más imparcial…
Josh Boone ya sabe cómo retratar con precisión el mundo adolescente (lo demostró en The Spectacular Now, que no fue estrenada en nuestro país) y aquí demuestra que es un tipo talentoso para describir las sensaciones que producen, el primer amor (en cualquier condición en la que te encuentres), los vaivenes de la relación padres-hijo y la desesperación por aferrarse a la vida, en toda su magnitud.
En estrictos términos fílmicos, hay que decir que “The fault is in our stars” (que hace referencia a una línea en el texto de “Julio César” de Shakespeare), es una propuesta muy áspera para el espectador promedio, ya que ataca su emotividad a partir de la segunda hora de una manera, feroz. El film no da cuartel cuando entra en su etapa decisiva y Boone no se ahorra recursos para ahondar en esa línea.
Desde esa perspectiva, la llegada del mensaje está asegurada, el precio, quizás, sea demasiado alto. Sin suficientes carilinas a mano, es difícil salir del cine en una pieza. Sí, destila humor y fina ironía en la manera en que juega con los clichés típicos de la enfermedad y nos presenta dos protagonistas queribles y cercanos. Sin embargo, el problema es que nada es demasiado estable y el director elige instalarnos en la sala de emergencias demasiado seguido y ese constante ir y venir conspira contra el ritmo natural de la trama. Hay una abrumadora cantidad de situaciones complejas y no todas se pueden procesar a la velocidad propuesta.
Nada hay que decir con las actuaciones de Woodly y Elgort, ámbos están estupendos y tienen la ductilidad necesaria para atravesar cualquier estado emotivo. La banda de sonido cada quince minutos (aproximadamente) aporta algún track meloso y el resto de los rubros técnicos están bien. Dern hace una gran madre (es su mejor trabajo en mucho tiempo) y hasta Defoe, en su pseudo cameo, está creíble.
El resultado es una más que aceptable recreación del espíritu de la obra de Green, potenciada con el arsenal de recursos audiovisuales que Boone sabe manejar a la perfección. Extensa, despareja y movilizante. Eso sí, hay que ver “The fault in our stars” en un día óptimo, en buena compañía y con mucha entereza, no es una cinta romántica de teens, nada más. Es un viaje. Ir advertidos.