La hija de la lágrima
Cada vez pasa menos tiempo entre el lanzamiento de un libro y su adaptación para la pantalla grande, y sobre todo si se trata de un best seller que apunta a un público adolescente. Con Bajo la misma estrella (The fault in our Stara, 2014) se intentó hacerlo lo más rápido posible, y además contar no sólo con un prometedor director, Josh Boone, para dar con el tono justo, sino que los productores también se aseguraron el protagonismo de estrellas de una franquicia teen que asegurara el éxito inmediato.
Shailene Woodley y Ansel Elgort de la reciente Divergente (Divergent, 2014), y que si bien en la película anterior hacían de hermanos, en esta oportunidad serán Hazel (Woodley) y August (Elgort), los amigos que en Bajo la misma estrella terminarán enamorándose profundamente, más allá de las limitaciones que sus cuerpos les pondrán para hacerlo.
La película cuenta la historia real de Hazel (porque en el arranque hay otra que a ella le gustaría narrar, pero es apócrifa), una joven muy avispada que intenta llevar una vida normal, a pesar de padecer su cáncer de tiroides, el que gracias a una droga experimental ha podido superar hasta el momento. Inmersa en una rutina de realitys, pastillas, médicos, más pastillas y terapias, y además de convivir con una madre sobreprotectora (Laura Dern), no encuentra más que en las palabras de un libro llamado “Un dolor Imperial”, y que ya ha leído mil veces, el consuelo y la fuerza para encarar cada día de su existencia.
Un día, en la terapia a la que asiste, por pedido y exigencia de sus padres, conoce a August, y allí su mundo cambiará, porque el joven intentará a toda costa poder sacarla de su no reconocida depresión y, principalmente, la hará sentir una mujer con posibilidades de participar de un juego amoroso del que creía que nunca iba a ser parte, y menos a su corta edad.
A pesar de trabajar sobre los clichés de las clásicas historias dramáticas que, independientemente de conocer uno el final, o presuponerlo de antemano, invitan al espectador a acudir al cine con una caja de pañuelos en la mano, el director Josh Boone logra algunos diálogos, algo a lo que nos tiene acostumbrados desde su gran debut en Un lugar para el amor (Stuck in love, 2012), que calan hondo y duelen, y que no pasan desapercibidos por ninguno que se acerque a esta gran historia de amor, superación y amistad.