Festejar para sobrevivir.
Es un reto adaptar un libro a película. Es un reto todavía más grande adaptar un libro tan popular y alabado como Bajo la Misma Estrella de John Green sin decepcionar a unos cuantos fans. Y es un reto aún más colosal adaptar un libro sobre adolescentes con cáncer enamorados sin traducir a la pantalla una suerte de culto al sufrimiento que el libro tan talentosamente elude. Pero, por suerte, es un reto que Josh Boone logró superar.
Bajo la Misma Estrella cuenta la historia de Hazel Grace Lancaster, una joven adolescente a quién diagnostican con cáncer con tan sólo 14 años. El mejor amigo de Hazel entonces pasa a ser un tanque de oxígeno que la acompaña a donde quiera que vaya, y que hace las veces de flotador salvavidas cuando sus pulmones se inundan y ella siente que se ahoga en su propia respiración. Obligada por sus padres, Hazel asiste a terapia grupal en el sótano de una iglesia, donde conoce a Augustus Waters, el más canchero y seductor de todos los niños de 18 años con una sola pierna.
Hazel y Gus se enamoran. Se recomiendan libros, juegan videojuegos, viajan a Ámsterdam, se besan en la casa de Ana Frank, tienen sexo. Es decir, son adolescentes. Claro está que su condición física no es la mejor, y que su enfermedad deja huellas en la mayoría de sus quehaceres. El libro que Hazel le recomienda a Gus es sobre una niña con cáncer, el viaje a Ámsterdam les llega como un regalo de la Make-A-Wish Foundation, y el sexo se complica en una de las escenas más torpes y tiernas de la película cuando la remera de Hazel se engancha en su cable para respirar, y cuando Gus expresa sus inseguridades por su pierna amputada. Y sin embargo, la enfermedad no los define. Podríamos decir que los atraviesa, los acompaña o los condiciona de alguna u otra manera, pero nunca que los define. Hazel y Gus no son mártires ni héroes que lucharon valientemente contra el cáncer. Son pibes, son adolescentes enamorados, son Hazel y Gus. La biología no estará de su lado pero los planetas sí lo están y, parafraseando a Hazel, aunque sea por un breve infinito dentro de los días contados, se alinearán para darles una dulce y sincera historia de amor.
Cabe destacar que, tal como el libro preferido de Hazel asegura que el dolor demanda ser sentido, el libro de Green nos enseña que la felicidad hace la misma demanda. Que no hay nada mejor que ir al parque en Indianápolis -donde un esqueleto gigante hace las veces de parque de juegos- y reír entre las entrañas de la muerte. Que es válido reírse no tanto “de”, sino “con” un mejor amigo a quien el cáncer ha dejado ciego. Que el sentido del humor sobrevive a los peores pronósticos; de hecho, los elementos cómicos, que abundan en el libro, están muy bien llevados a la pantalla, desde “el corazón literal de Jesús” en la iglesia hasta la frescura y acidez de Hazel para con todos.
Finalmente, es destacable también la química entre Hazel y Gus; Ansel Elgort y Shailene Woodley logran hacerles justicia a dos personajes que enamoran desde el papel. Su relación se ve, paradójicamente, muy sana. Era muy fácil que Bajo la Misma Estrella se convirtiera en una romantización de la muerte pero, más allá de sus momentos tristes y terribles, no es eso lo que sucede; más bien es romántica “a pesar” de la constante amenaza de muerte que late en sus tumores. John Green nos da una historia que podría matarnos pero no lo hace, no del todo. El llanto está, por supuesto, pero también está la risa, y esto es un logro que separa a esta película de tantos golpes bajos que abundan en Hollywood.