Las hermanas sean unidas
Un estilo directo y claramente demostrativo de la realidad, en un momento en que son materia de discusión entre los diferentes colectivos (e inclusive dentro de diferentes facciones de un mismo espacio de discusión) ciertas cuestiones de género. En lo particular, como sujeto social y político, y para dejar sentada mi posición antes de comentar exclusivamente los detalles de Bajo mi piel morena, creo que lo que se deja de lado en la mirada en este tipo de enfrentamientos es la cuestión más primaria y sencilla, que es la cuestión emocional humana. Luego cada grupo podrá entender, y desde ya conocer, mucho mejor que yo las cuestiones que implican sus necesidades y el contexto en que viven, además de las problemáticas a enfrentar. Lo que no quiere decir que sea un idiota desconocedor del mundo que me rodea, desconectado y absolutamente desconectado del funcionamiento de una sociedad compleja que nos afecta a todos. Porque si así fuera nadie podría analizar la realidad social de ningún colectivo si no perteneciera al mismo. Realmente ello carece de lógica alguna.
Aclarado este punto, vamos a lo que importa. Para quienes siguen la filmografía de José Celestino Campusano, entienden que no repara en crudeza porque de alguna manera (o más bien con absoluta certeza) sabemos que la vida es así, directa y al rollo, y las historias que cuenta el director nos cruzan a todos. Es entonces que se ocupa de retratar las vivencias de personas que se amparan en una teórica seguridad en sus formas de ver la vida y las relaciones para tapar que no pueden vincularse sanamente… quizás porque no han visto vínculos sanos en su propia vida interfamiliar. Y toman de rehenes a quienes tratan de sobrevivir en un mundo que no les permite nada, a pesar que en teoría pretenden incluirlos, en una realidad que, más allá de los intentos personales y los ligeros cambios sociales, aún es reacia a la aceptación del otro, de lo diferente. Eso diferente que, como muchas otras situaciones y personas no se genera por combustión espontánea. La incorporación de no actores (y, sobre todo, de narradores de cuerpo presente de sus propias historias) y la naturalidad en el registro que le pide al elenco es, a esta altura y hace tiempo, una marca registrada del realizador, quien logra así empatizar de manera más certera.
Así es que el camino de lo que se narra forma parte de una investigación que el ideólogo del proyecto expresa llevar realizando hace tiempo. Tema aparte, y hablando de tapar, muchos de los personajes invalidan al ojo del otro lo que son en realidad, y esos cruces que menciono son moneda más corriente de lo que creemos. O nos gusta ver. Y es ese naturalismo que utiliza Campusano el que crea un contexto ideal para estos personajes perdidos y estas realidades vedadas a nuestros ojos. O que por comodidad preferimos no ver. Como si apenas ahora descubriéramos la desigualdad, la miseria, la falsa conmiseración, la vinculación de personas que deberían cuidarnos y se meten con las cuestiones más turbias mientras ponen la basura debajo de la alfombra. Y todos pretendemos que pasamos la aspiradora.
Bajo mi piel morena es una invitación a ver realidades vedadas aún en un mundo (y una sociedad) que se hacen todavía los sorprendidos ante el maltrato y la desigualdad manifiesta. Como si no tuvieran nada que ver.