osé Celestino Campusano presenta Bajo mi piel morena (2020), una nueva película en donde profundiza su trabajo en torno a los conflictos que atraviesan personajes que son marginados y excluidos por el sesgo social, en un barrio popular de Avellaneda. Se trata de la historia de Morena (Morena Yfrán), una mujer trans que trabaja en una empresa textil y mantiene un amorío con un hombre casado, mientras cuida de su madre anciana. Cada día de su vida se ve obligada a enfrentar la mirada estigmatizante, ajena, ignorante, de aquellos que prefieren odiar a comprender la realidad; pero ella está segura de sí misma y aprendió a vivir con ello.
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No obstante, su convicción es severa y confrontativa, no se conforma con la indiferencia ante el odio injustificado, y no teme arrojarle la verdad en la cara a quienes la miran extrañada. Morena es muy amiga de Claudia (Maryanne Lettieri), también transexual, quien acaba de recibirse de docente y se prepara para iniciar su primera suplencia en un colegio donde las tensiones y los conflictos no tardan en llegar, debido a repudios y protestas por parte de los padres de los estudiantes. Al mismo tiempo, esta pieza audiovisual concebida como un documento de vida que aborda desde la ficción un tránsito cotidiano de la vida real de Morena Yfrán, introduce otras dos líneas narrativas que complejizan aún más la trama central: una de ellas, protagonizada por la tercera mujer trans (Myriam, prima de Morena, interpretada por Emma Serna), resulta ser la más interesante y atrapante.
En la nueva producción de Campusano se puede interpretar la mirada implícita del director, que en compañía de Yfrán desarrolla una película que busca exponer la falta de tolerancia, una palabra que debiera no existir. Lo cierto es que este relato, tal vez a diferencia de otros recientes, se desnuda completamente de prejuicios y apela a la transparencia de sus imágenes, crudas, reales, despojadas de artificios cinematográficos. Claro está que esto es un rasgo de estilo propio del director, pero no podemos negar que se ve influido por la intervención de su protagonista por fuera de la ficción, y en la intención de transponer un relato que ya había sido documentado previamente a través de material de archivo, que Campusano decide no agregar a la estructura de la película para mantenerse dentro de las fronteras ficcionales. Lo cierto, también, es que ninguna de las tres amigas se muestra como víctima, y esto subyace en la visión que proyecta la película, la de no espectacularizar ni sensacionalizar esa diferencia, entre los/as que comprenden la realidad y la justicia social y los/as que se encapsulan en su núcleo de verdades regidas por un lógica estanca, normada, pautada, que niega la desnaturalización de lo preconcebido. Ellas, las tres amigas, se sostienen a sí mismas, se resisten, se sobreviven, en conjunto, como decíamos: rebosantes de entereza y dignidad, plenas en sus convicciones, sin quejas ni rencores.
La película nos insiste con la reflexión, en una historia que deja expuesto el sentido común que nos toca y nos envuelve a todos/as y cada uno/a de nosotros/as, porque el estado de permanente normalidad (en cuanto sistema social regido por normas y modos de pensar y concebir al otro/a históricamente impuestos) nos hace sentir parte de la burbuja social en la que vivimos inmersos. No obstante, Morena y Claudia, aún seguras de sí mismas, deberán enfrentar y confrontar, deberán defenderse por sí solas, porque si hay algo que también deja en evidencia la película es la inoperancia de la intervención policial en este tipo de casos (por ejemplo, cuando Claudia es injuriada y violentada por la madre belicosa de uno de sus alumnos).
Precisamente, en relación a esto último, veremos que no son los niños los que ríen burlonamente, los que estigmatizan y vulneran, sino sus padres y el mundo adulto en general. Veremos cómo la no aceptación del desmoronamiento de ciertos supuestos bien instalados, paradigmas sociales del prejuicio común (“el travesti está para satisfacer los deseos de cierto tipo de hombres”), conllevan a la violencia, a la actitud reaccionaria injustificada, y extrema. Esto nos lleva a la reflexión más profunda y trascendente, que cuesta tanto introducir en la mirada enceguecida del grueso de la sociedad: la desestructuración de las verdades previas no es otra cosa que la apertura hacia el descubrimiento incesante de la realidad que nos rodea, que nos atraviesa, que siempre fue negada e invisibilizada y que ahora admite ser comprendida, pero que siempre estuvo ahí. ¿Cómo podemos seguir permitiéndonos desconocer la realidad que nos rodea, mirando hacia otro lado, negando lo que hay frente a nuestros ojos culposos? El cine, en estos casos, insiste con su carga simbólica que busca aflorar el cuestionamiento; en una película que, incluso, se permite cuestionar indirectamente el funcionamiento interno del INADI.
Ahora bien, hay que decir que en esta búsqueda de realismo expreso, la verosimilitud de la película tambalea ante la exposición de algunas escenas escritas de manera forzada, buscando cierto efectismo que va en contra de su tono global. Se comprende que estamos ante un audiovisual que flaquea en sus actuaciones, a sabiendas de que Campusano suele trabajar con actores y actrices no profesionales, pero esto atenta contra el clima de cotidianeidad que pretende sostener la película en la transparencia de sus imágenes. En relación a esto, sin embargo, podemos hablar de la exacerbación como recurso estético (presente en la crudeza de los diálogos, la impudicia a la hora de exponer el odio ajeno, la explicitud manifiesta en las escenas de sexo) para terminar de comprender el sentido de la intencionalidad del realizador. No olvidemos que estamos ante una película que, ante todo, se jacta de su personalidad y de su destacado rasgo autoral: la forma condiciona, y justifica, el contenido.
Otro rasgo a remarcar, retomando lo mencionado al inicio, es el desaprovechamiento del personaje de Myriam. En medio de este relato de personajes con motivaciones claras y conflictos reales y externos que infaustamente interrumpen diariamente sus vidas, aparece Myriam con su interioridad problemática y su conflicto interno. Myriam, la prima de Morena, es el mejor personaje de la película y el que menos tiempo tiene en pantalla. Precisamente, por su complejidad, por sus capas internas, porque es ella quien niega un conflicto oculto, que se torna evidente en dos escenas muy puntuales. Myriam, trabajadora sexual, refugiada bajo una supuesta protección policial, se ve forzada a mantener económicamente a su familia, presa de su orgullo, de una coraza que solapa un miedo y un castigo tan profundo que ni su prima llega a sospecharlo. Ella se confiesa y habla de esa falsedad empaquetada en forma de cariño, que muchas veces reclamamos y necesitamos (“Necesito ese abrazo falso cuando termina la noche”, declara, en una escena puntual de esta película que, al fin y al cabo, también habla del amor). Resulta imposible no identificarse con este tipo de reflexiones drásticas, a través de un personaje que transita un ámbito hostil donde la denuncia de Campusano se vuelve más explícita y evidente, y alcanza su momento de esplendor.
Bajo mi piel morena se estrena en Cine.ar y en Cine.ar Play a partir del jueves 25 de Junio.