UN CAMPUSANO JUSTO
Barrio, clase obrera, personajes marginales. Estamos nuevamente en el universo de José Celestino Campusano, uno de los pocos realizadores del cine argentino capaz de filmar una o dos películas por año con una regularidad envidiable, pero además alguien que lo hace con una coherencia estética y una persistencia en las formas que muestran a un autor en toda norma. En Bajo mi piel Morena sigue a una mujer trans, su grupo de amigas, sus amores, la relación con su madre, con sus compañeros de trabajo. Un conjunto de viñetas, un film coral que lleva la firma del director en cada plano, con lo bueno y lo malo que eso significa. Si por un lado Campusano filma cada vez mejor, con un dominio notable de la cámara para registrar espacios cerrados en planos largos donde la acción se va volviendo cada vez más tensa, por el otro persiste en la selección de intérpretes no profesionales y de algunos excesos melodramáticos que no ayudan a redondear sus películas. En definitiva los resultados de cada uno de sus films se miden en relación a lo poco o mucho que sus falencias hacen ruido en el conjunto.
Podríamos decir que Bajo mi piel Morena es una película sobre lo trans y su relación con el entorno social de clase media y trabajadora, aunque en verdad sería ver una parte del paisaje. Justamente la parte que a Campusano parece no preocuparle tanto. Si bien algunos aspectos de la vida de Morena, Claudia y Myriam -las tres protagonistas trans- y las dificultades que se cruzan en el camino por su condición construyen el relato, para el director la película es una forma de mostrar un estadio superior de la sociedad, uno donde hay discriminación pero donde también surge una protección impensada. Morena trabaja desde los 16 años en una fábrica textil, Claudia comienza a trabajar como docente de historia en un colegio secundario y Myriam, la que más coincide con cierto imaginario que el cine ha explotado, se dedica a la prostitución y tiene contactos con la policía. Pero donde Campusano rompe con la lógica del relato trans es con la aparición de Marcia, una amiga de Morena. Es esa subtrama de padecimiento amoroso donde la película escapa a la necesidad de ser un film de denuncia y se vuelve más un melodrama sobre los sentimientos, los amores perdidos, la búsqueda del amor. En definitiva Bajo mi piel Morena es un film sobre los afectos, sobre la amistad y cómo se construye.
A pesar de contar con varios de esos momentos sórdidos típicos de su cine, Campusano logra en algunos pasajes de su película encontrar instancias de humanidad y luminosidad en los que sus personajes disfrutan y se muestran vitales. Morena y Claudia se levantan a dos pibes en un boliche y luego charlan en el baño de la casa de los flacos, mientras mean. El diálogo surge con una naturalidad absoluta y tiene la textura del que sabe de lo que está hablando. Es una escena genial. Son esos pasajes los que se confrontan con otros donde Campusano busca volverse más serie o sensible, y cae en exabruptos verbales, aforismos y frases artificiales que, encima, no ayudan a los intérpretes no profesionales (la madre problemática de un alumno es un personaje imposible). De todos modos no deja de ser la lucha interna del cine del director, que sostiene parte de su identidad en esos elementos que uno debe tomar o dejar. Claro, también es cierto que si uno los toma, termina siendo indulgente con él e injusto con el resto del cine. Sin embargo hay en la puesta en escena de Campusano, en sus formas y en algunas imágenes una verdad que no surge tan comúnmente en el cine nacional; mucho menos un registro tan honesto de las clases medias y bajas como el que hace el realizador. El director trata a sus personajes como pares, nunca los mira desde arriba. Ese ese su gran talento y el que lo vuelve un director popular.
El último plano de Bajo mi piel Morena, por ejemplo, es no solo bellísimo sino también un acto de justicia para la protagonista. Y ahí está parte de la clave del cine del director, lo que termina seduciendo: su búsqueda incansable por un mundo justo, pero sin caer en posiciones voluntaristas. Aquí las cosas funcionan mejor que en otras ocasiones porque encontró el personaje que hace visibles sus obsesiones con una amabilidad que vuelve más tolerables las falencias del relato.