El film más político de Alex de la Iglesia da inicio con una escena memorable, en la que se desarrolla una función de circo a cargo de dos payasos que se ve interrumpida de forma abrupta por el ingreso del ejército republicano en busca de hombres para combatir a los facistas.
Estamos en medio del escenario de la guerra civil que partió en dos a España, en tiempos de violencia y tripas puestas sobre la mesa. Ahí es donde se planta el director ibérico para contar una historia de dolor, niñez perdida, venganza, muerte y, otra vez, venganza.
Con un tono que recuerda al Quentin Tarantino de Inglorious Basterds, mister Alex nos cuenta el derrotero de Javier, un hombre que vio morir a su padre en manos del franquismo, y que, ya adulto, vive una epifanía de ultraviolencia que lo lleva de ser el temblequeante payaso triste de un circo teñido de sangre, a una realidad varios pasos más oscura y terminal.
En una época en la que realizadores otrora revolucionarios y revulsivos dejan paso a su costado más light y remilgado, estamos ante una obra mayor en la filmografía del director de La comunidad; una película con una potencia visual superior a sus producciones anteriores, que lejos de dar el brazo a torcer en términos de estilo y personalidad opta por radicalizar el discurso estético y llevarlo a una fase superadora.
Balada triste de trompeta es sin dudas el film de De la Iglesia más logrado desde lo técnico, filmado con perfección y con una terminación que mezcla lo mejor del mainstream con la desfachatez under, todavía hoy de vanguardia, que caracteriza al realizador, uno de los pocos autores que le quedan al cine industrial.
El guión es sólido, más allá de lo que puede ser entendido como un paso en falso (por la velocidad con que se resuelve) del momento en que el niño deja la inocencia para encontrarse con la barbarie de la guerra. Sin emabrgo, la trama se percibe grabada en acero, con un puñado de personajes que en parte se asemejan a los de algún comic demente (no es casualidad que Carlos Areces, el Javier adulto, sea historietista) y en (mayor) parte sean hijos abiertamente pródigos de la filmografía de un señor que sabe parir insurgentes por donde plante cámara.
Bienvenida revolución conceptual, estética y ultraviolenta. Bienvenido el mejor Alex que nos dio la pantalla.