Por quién doblan las campanas
Siempre digo que hay tres tipos de películas (esto es como un memorándum propio, no tomarlo como valedero, ni como axioma, puede aceptarlo, estar de acuerdo, o en desacuerdo, pero no lo repita demasiado ni mencione la fuente), digo tres tipos, las muy buenas, las muy malas y el resto.
De las que se agrupan en el tercer rubro pasan de largo, son olvidables rápidamente, e integran el gran lote, casi podría decir que rondan el 85% de los estrenos en nuestro país.
De las otras dos variables, no te olvidas, por razones diferentes es muy difícil olvidarse de, cómo ejemplos, “Hermanitos del fin del Mundo” o “Cruzadas” esa falta de respeto que significo el estrenar semejantes mamarrachos, para colmo el mismo año. Del mismo modo que es muy difícil olvidarse de filmes como “El Secreto de sus Ojos” (2009), “Garaje Olimpo” (1999) o “Esperando la Carroza” (1985), pero por las razones opuestas, y para que no haya sortilegios de ninguna naturaleza nombré todas producciones argentinas. En algunos casos, muy pocos en relación de porcentaje de producción, pasan a tener mejor sabor, o se convierten en clásicos, tal el caso del filme dirigido por Alejandro Doria que cada año que pasa, mejora.
Con el último trabajo del español Alex de la Iglesia tengo esa sensación. Ante la primera lectura el filme parece a simple vista una historia de degradación, de violencia, en medio de una historia de amor, pero a medida que se alejan en el tiempo las imágenes traen mejores recuerdos. La posibilidad de segundas y terceras lecturas en cuando la importancia de lo estético no disminuye, al mismo tiempo que crece el relato como una gran metáfora. Como si fuera un excelente vino añejado en el mejor roble durante años. Así se va recuperando la película en la memoria, con muy buen sabor.
Pero, ¿Que me esta queriendo decir el director? No es casual que la narración se abra en el año 1937, en plena guerra civil española, cuando un grupo de soldados republicanos entra a un circo en plena función a fin de enlistar hombres para la causa, quieran o no, y entre ellos se encuentra el Payaso Tonto (Santiago Segura), quien promete a su hijo que volverá y al mismo tiempo le exige que no olvide de donde proviene, de una familia de payasos.
La guerra termina con el Payaso Tonto preso del gobierno franquista, tres años de desgarramiento interno, una dicotomía, la división de las aguas que todavía hoy parece perdurar.
Es aquí, en este enorme contexto, que elije el director para trabajar, darle forma a la historia como para ser entendida como una gran alegoría.
Esta introducción al relato posterior es, en si misma, una pequeña maravilla de producción, de montaje, de guión, de actuación, de dirección, de diseño de arte en general y de la fotografía en particular.
Por obra del destino y elipsis mediante nos encontramos en el año 1973. Javier (Carlos Areces) aquel niño es ya un adulto, cumplió con el deseo del padre y continuo la tradición, es un payaso, pero no es el tonto, simbólicamente o no, es el Payaso Triste, la contrafigura en la profesión. El que recibe los golpes, tanto en la ficción y en la función que asimiló desde que nació, como en la vida real, donde, valga la redundancia, aprendió a los golpes.
Compite con Sergio (Antonio de la Torre) el Payaso Tonto, por el amor de Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo, ella que juega a seducir a ambos, que no sabe que, pero de los dos algo la atrae al mismo tiempo, que siente por la necesidad de preservarse de no poder elegir. Si quiere leer a este personaje como un imaginario de España, tiene mi consentimiento.
Una historia triste, amarga, violenta, de la pérdida irreparable de la inocencia, de la venganza como mecanismo, como dice el personaje de Javier, “sino fuera payaso, sería un asesino”. Nada promisorio el futuro de España, como si el final ya estuviese anunciado, tal cual el titulo de la novela de Osvaldo Soriano “Triste, solitario y Final” o la novela de Ernest Hemingway “Por Quien Doblan las Campanas” (1943).
Técnicamente hablando, posiblemente estemos en presencia de la mejor realización del director de “El día de la Bestia” (1994), con la cual tiene muchos puntos de contacto.
No dije nada de la inversión numérica 1937 / 1973, se lo dejo a los matemáticos y/o cabalistas.
(*) Producción de 1943, dirigida por Sam Wood, basada en la novela homónima de Ernest Hemingway.