La venganza tiene nariz de pompón
Finalmente se estrena en la Argentina la más reciente producción del prestigioso Alex de la Iglesia, una película que arrasó el año pasado en el Festival de Venecia al ganar los premios al mejor director y al mejor guión.
Desde 1993, cuando estrenó Acción mutante, la carrera de Alex de la Iglesia fue sumando títulos para conformar un todo irregular, en el que si bien el español daba señales de su talento, cada nuevo paso dejaba la sensación de una oportunidad perdida. En ese sentido, 800 balas bien puede considerarse su mejor película, pero ocupado en ser ingenioso, divertido y homenajeador –en algo así como un catálogo de sus referencias cinéfilas–, no lograba articular un discurso propio. Lo cierto es que con su nuevo relato, De la Iglesia logra llegar a la síntesis, como si sus siete films anteriores hubieran sido apenas un gigantesco borrador de la no menos gigantesca, megalómana, desaforada y brillante Balada triste de trompeta. Una gran película.
La historia comienza en 1937, cuando el payaso triste del circo (Santiago Segura) se ve arrastrado a la guerra civil que arrasa a su país y a las órdenes de los republicanos, machete en mano, se convierte en un despiadado exterminador de soldados nacionales. Finalmente encarcelado, su hijo Javier (Carlos Areces) lo ve morir y recibe una doble herencia, la violencia de la historia que le tocó vivir en la oscura España franquista y su oficio de payaso. Así, llega a un circo como aprendiz y se convierte él también en un payaso triste a partir de su nulo talento para hacer reír a los niños. La tragedia de su vida se completa al convertirse en uno de los vértices enfermos del triángulo amoroso conformado por la bella Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo, y el otro payaso de la troupe, Sergio (Antonio de la Torre), un violento, despótico y miserable personaje que aun así está bendecido por el talento de la risa.
En ese cruce de personalidades antagónicas, que recibe y que inevitablemente se nutre de la violencia de la dictadura, Javier irá mutando su personalidad para convertirse en un justiciero del calvario de su padre y atravesando cada una de las atrocidades del régimen, también de la historia de España.
Si todas las películas tienen una manera de ver el mundo y en definitiva todas y cada una contienen un mensaje político, en su realización desaforada y salvaje, en sus imperfecciones, en la valentía de hurgar en las zonas más oscuras de la historia reciente de España, Balada triste de trompeta es un manifiesto sobre una época, un shock de lucidez visceral sobre una sociedad que se niega a mirar su pasado y que arrastra la falta de justicia hasta el presente. Nada mal para una de payasos.