Mucha tristeza y pocas trompetas
Santiago Segura disfrazado de payaso corriendo en el medio de una batalla y matando fascistas en la España franquista. Imagen cargada de significado político que ilustra al payaso, en su tristeza y en su felicidad, que ilustra también un país y su ambigüedad. Difícil no llorar con una imagen así, difícil no reir con una imagen así. Con esa imagen sería bueno quedarse, solo con esa imagen podría valorar una obra que en su totalidad se cae a pedazos. Con esa sola imagen nos promete mucho, nos impone un tono. Y esa promesa que no logra cumplir es lo que termina de desbarrancar una película que no sabe reírse de sí misma.
El payaso triste la protagoniza (Carlos Areces). Un payaso triste es un payaso lisa y llanamente. El payaso es triste por definición, pero transmite alegría por payaso. En la última película de Álex de la Iglesia la ambigüedad payasesca pasa desapercibida, dándole lugar a una amargura que ni el sinsentido puede apaciguar. Trata de juntar humor con violencia, risas con sangre, tristeza con alegría, en lo que parece querer ser su marca registrada (no me animo a decir su marca de autor). Pero en este caso los ingredientes se distribuyen mal. Es que la película por momentos se toma demasiado en serio. Lo que debería ser una fiesta de sangre y venganza se convierte en un drama que pretende tener significado.
A Carlos Areces como el payaso triste lo acompaña Antonio de la Torre (el gemelo malvado de Juan Antonio Pizzi) como el payaso tonto, y cierra el trio actoral y amoroso Carolina Bang. Un trio que tiene a su chica linda, tiene al chico malo, pero carece de chico bueno. Y las analogías se multiplican y parecen querer hablar de un país y su historia. Pero lo literal parece no tener historia, parece sostenerse sobre bases endebles, o directamente sobre la nada.