La película comienza con un plano cenital giratorio de Juan (Alexis Diaz Villegas) acostado en su balsa que flota en el medio del agua, como una isla, como su Cuba natal. La balsa, tan relacionada al escape para los que miramos de afuera, lo es también para Juan, pero su escape no es de la isla, sino del trabajo. Juan es recolector, una suerte de pescador en balsa, que más que trabajar espera. Vive esperando tener sin hacer. Su paz es interrumpida por un encuentro inesperado con un zombi, o lo que nosotros, los que vemos desde afuera, sabemos que es un zombi, pero que en la isla se confunde fácilmente con un disidente del régimen. Las razones de semejante catástrofe son irrisorias, una mera excusa para desatar el desastre. La película lo entiende así y deja el origen a la imaginación del espectador, que sabe tanto de lo que está ocurriendo como Juan. Antes de que nos acostumbremos a la idea de los muertos-vivos, el protagonista de esta historia ya está lucrando con ellos: “Juan de los muertos, matamos a sus seres queridos, en qué puedo ayudarlo” reza el slogan y saludo telefónico del emprendimiento comercial postapocalíptico que el versátil Juan no pierde tiempo en comenzar. Como ya lo hiciera Edgar Wright con la genial Shaun of the Dead, tomando el género y, desde adentro, construyendo una comedia genial y sobre todo original, que es algo que no abunda en lo que a zombis se refiere; Juan de los Muertos (Juan of the Dead, en su traducción norteamericana), sigue la misma línea, construye una comedia en la que cobra vital importancia el contexto cultural en el que se desarrolla (se podría decir lo mismo de la de Wright), y que no cae en el ya insoportable y constante ralenti estetizador de muertes, que los realizadores zombi lucen como una manada masificada de muertos-vivos. En Juan de los Muertos no hay canchereo a la hora de exhibir, en cada escena se privilegia la trama, o el paso de comedia, o, principalmente, la analogía entre la crisis zombie y la constante crisis económica que se vive en la isla. En Juan de los Muertos no hay canchereo a la hora de exhibir. Es en esa crítica donde la película por momentos me hace ruido. Juan es cubano, como la película en cuestión, por más que la dirija un argentino, que la mayoría de los fondos provengan de España, y que no haya sido estrenada en Cuba. Juan es cubano, y así como su nombre podría ser un modelo para representar a todos los nombres, su personalidad y reacción ante una crisis parece que representan al pueblo cubano; al menos bajo la mirada del director argentino radicado en Cuba, Alejandro Brugués, que ve el desencanto de una población que creyó en la revolución y que hoy ya no cree en nada. Juan de los Muertos es quizás su forma de expresar ese sentimiento. Forma que no se limita a las formas, sino que invade el contenido de la película de una manera ocasionalmente sutil, tiñéndose de denuncia en cada diálogo, en cada escena en las que se ven los hilos de la analogía. Imposible pensar que el régimen cubano esté exento de críticas, pero las que se subrayan acá se asemejan bastante a las críticas foráneas, más que a las de un ciudadano de La Habana. Frases como “esta vez los malos no son los yankees, sino un enemigo real“; o la inclusión de un “héroe” norteamericano que sabe lo que está pasando, quiere ayudar, sabe cómo hacerlo, pero que es ignorado y luego muerto porque no lo entienden; o un cartel con el lema “revolución o muerte” que cae sobre varios ciudadanos, dejando a la muerte sin revolución; o el hecho de que la hija de Juan sea española, y que de ella emanen todos los comentarios críticos y correctivos hacia Juan/Cuba. Lo que podría ser considerado como una ironía, o simplemente pasado por alto, cobra gravedad e importancia por el énfasis que pone el director en que no se nos pasen por alto esos “detalles” que nos explotan en la cara. ¿Pero quién necesita sutilezas en una de-zombis? Subgénero del grotesco y del homicidio sin culpa. Subgénero de molde acotado, pero de un material que se dobla y estira a gusto del realizador. Como bien dirán los sobrevivientes en una escena que habla de los zombis propios, pero bien podría estar hablando de todo el subgénero: “solo se saben dos cosas de los zombis, que mueren con un severo trauma craneal, y que hay algunos que caminan y otros que corren“. El resto de características quedará a libre interpretación, ya sean zombies, infectados, monstruos o disidentes pagados por los gringos.
Tener y no tener La película de Maneglia y Schembori comienza con un recorrido acelerado por los pasillos del Mercado 4 de Asunción. En una segunda mirada reconozco esos rincones perdidos en el vértigo del comienzo, son los mismos que le darán escenario a toda la película. Todo lo que sucede, sucede en el Mercado 4, que se presenta como el personaje principal más que como su locación. El viaje inicial acelerado decanta en los ojos de Victor, un pibe de 17 años que se gana la vida haciendo changas con su carretón; esos ojos, a su vez, se pierden en una televisión, que hace las veces de ventana esmerilada al mundo exterior; y no solo es una ventana a lo que está afuera, Victor ve su rostro reflejado en ese vidrio, se ve del otro lado de la ventana, se sueña en esa nada que percibe como un todo. El mercado, este en particular pero aplica a cualquier otro, es un lugar dinámico, de tránsito, lleno de arterias que lo cruzan. La cámara se hace eco de esto y recorre esos pasillos abarrotados de mercancías: viaja montada en el carretón de madera que avanza trastabillando, siguiendo fijamente un rostro, acompañando una mirada furtiva, espiando a Victor detrás de infinidad de cajas y objetos que se apilan. Porque en 7 Cajas, como en el mercado, está lleno de objetos y de manos, y los objetos se mueven de una mano a otra, se prestan, se regalan, se roban, se devuelven, se tienen y no se tienen. Durante la hora y media de película aparecen tantos personajes relevantes como objetos que juegan a ser trascendentales; el caso más notorio es el de las cajas de las que habla el título, McGuffin que guiará el desarrollo de este thriller; un celular “con cámara” se convierte en el objeto de deseo de Victor, no tanto por el celular, sino por la cámara, necesaria para materializarse del otro lado de la pantalla, para que su rostro aparezca en la caja donde viven sus sueños; el listado de objetos sigue con un billete de cien dólares, que en algunos hemisferios vale tanto que corrompe, y en otros vale tanto que hasta supera el valor artificial y universal del oro; en el Mercado 4 parecen desconocer, a priori, su valor, pero cuando lo conocen lo persiguen, y la desmesura de esa persecución se empareja con la cantidad perseguida, ya sean cientos de miles, un billete de cien, o medio billete. En Victor no hay deseo de riqueza, así como el valor del dólar solo se lo da la posibilidad de obtener guaraníes, el valor de estos últimos está supeditado a la obtención de un objeto, en este caso el celular. La necesidad de un objeto es también la que impulsará la transformación de Nelson de carretero a “villano”; ese objeto es un medicamento para su hijo, ese momento es el que delimitan sus ojos llenos de odio cuando escucha la sentencia que lo sentencia: “si no tenés plata no hay remedio”. Maneglia y Schembori construyen en 7 Cajas un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones. 7 Cajas es un retrato de esa célula marginal de la ciudad de Asunción que representa el Mercado 4, y al mismo tiempo es una mirada sobre Victor, uno de los actores de ese mercado. Fijando en él la mirada, Maneglia y Schembori construyen un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones. La eficacia del thriller es empujada por la cámara en movimiento y por la música que le marca el paso, imprimiéndole un tono, por momentos peligroso, con la aparición de la muerte; por momentos vertiginoso, de la mano de persecuciones y suspenso; pero sin perder el humor. Finalmente la televisión será la que llevará a Victor a su ilusoria fama, y también será la que contará el desenlace de esta historia; solo el desenlace, como nos tiene acostumbrados la caja, siempre el mismo desenlace, con las mismas caras deformadas por la ventana esmerilada. La compleja sucesión de hechos que desembocarán en ese final queda reservada para los protagonistas de esa historia, y algunas veces, este es el caso, para el cine.
Superman begins El Hombre de Acero (Man of Steel) representa un caso muy particular, el de trailers que están a la altura de la película que promocionan. Y cuando digo esto no me refiero a que ambos están bien (o mal), sino que son idénticos estéticamente. El tráiler es una buena aproximación a lo que vamos a ver. La película es un largo y caleidoscópico tráiler que recorre la juventud y la niñez de Clark Kent/Kal-El, abarcando desde su nacimiento en Krypton hasta su consolidación como protector de Metropolis. Historia harto conocida por toda una generación sobre el superhéroe más conocido por todas las generaciones. Christopher Nolan había salvó a Batman del pozo en el que Joel Schumacher lo sepultó en los años '90 haciendo una de las mejores películas de este siglo, me refiero a Batman: El Caballero de la Noche, que le da valor a una trilogía cuya primera y tercera película no están a su altura. En este caso fue el encargado de la producción de la nueva Superman, una remake o reborn que intenta traer de nuevo a un superhéroe que quedó relegado en estos últimos tiempos donde se renovó el interés por los comics en el cine. Nolan eligió para la dirección a Zack Snyder, un director tan ecléctico como él, que supo hacer películas que entusiasman, como la excelente remake de El Amanecer de los Muertos de Romero y la también hija de un comic Watchmen. El mayor problema de esta dupla era que, si bien los dos habían incursionado en la adaptación de superhéroes al cine, los dos también tropezaron fuertemente en los momentos en que más se esperaba de ellos. Todo podía pasar. El Hombre de Acero es una película diferente al resto de adaptaciones de comic de los últimos tiempos. Es distinta porque es más pomposa, está más centrada en la figura sin matices del héroe. Esta idea se potencia con el rigor estético siempre exagerado del director Zack Snyder. Entonces nos construye un héroe sobrehumano (pero rabiosamente norteamericano), que representa bien la calidad del personaje, porque Superman es el emblema de una época, es un idealismo imposible de bajar a lo terrenal, precisamente porque su origen no está en la tierra. La película tarda en comenzar, gran parte de los 143 minutos de duración los dedica a un largo preámbulo de la vida de Clark Kent/Kal-El, que a través de imágenes que saltan temporalmente nos va construyendo una historia que conocíamos, pero contada de otra forma. Por momentos los saltos temporales le restan conflicto y hacen que la duración de la película pese un poco. El recorrido hace las veces de presentación del nuevo Superman, o del nuevo actor que encarna a Superman: Henry Cavill, que tiene un parecido a Christopher Reeve. En ese salteo de imágenes quedan algunas cosas medio forzadas, como su relación con Lois Lane (Amy Adams), que va generando en ellos una dependencia y un enamoramiento que no está justificado en las imágenes. Lo cierto es que el énfasis está puesto en el desarrollo de un personaje que después de esta película va a quedar instaurado y que se va a seguir explotando. Quizás esta sea lo que fue Batman Inicia, un comienzo necesario y la presentación de una nueva y mejorada versión del personaje para el desarrollo de la próxima película. Ya avanzada ampliamente la trama se comienzan a agolpar sobre el final, como en Los Vengadores, las escenas de acción explosiva que destruyen la ciudad en unos segundos. Definitivamente El Hombre de Acero es una película que supo encontrarle la vuelta al personaje y supo instaurar a Henry Cavill como el nuevo Superman, cosa que no había logrado hacer Bryan Singer con Brandon Routh en 2006 con Superman Regresa. Sin ser excelente, Snyder y Nolan pudieron encaminar la franquicia hacia un nuevo rumbo y dejar todo preparado para una secuela obligada.
No fue menor la presión del director Todd Phillips al tener que realizar una tercera película de la saga ¿Qué Pasó Ayer?. No fue menor porque ya en la segunda fue difícil, y el resultado de esa segunda parte, si bien satisfactorio para mi, se agota rápidamente y no deja mucho margen para seguir explotando la fórmula. Entonces la segunda se convierte en una reversión de la primera, que utiliza el mismo esquema pero en nuevas circunstancias, tratando siempre de ir un poco más allá para no ahogarse en la mera repetición. En esta tercera parte, con el recurso de la repetición agotado, el desafío era realizar algo nuevo, y el resultado es algo confuso. Por un lado necesita mantener la referencia al episodio de la primera película, lo que es entendible. El problema es que para no repetir situaciones cae en la referencia directa, con citas textuales en diálogos forzados e incluso citas visuales en más de una oportunidad. Esta parece ser la manera más fácil y desprolija de conectar los hechos. La sobreexplicación, en boca de un desaprovechado John Goodman interpretando al mafioso Marshall, de las razones por las cuales esta película se conecta con la primera es de un grotesco argumental desconcertante. Por otro lado eligieron transformar algunas cosas para no volver a repetirse. El tono general se oscureció. Lo que era festividad anárquica en las dos primeras partes se convirtió en una comedia con peligro real de fondo. Hace su aparición la muerte como una posibilidad. En el inicio vemos una gran escena de un personaje muriendo en segundo plano, luego los asesinatos sin sangre nos van a posicionar en un lugar en el que no habíamos estado. En la película original la muerte no era una opción, el ataque de un tigre, un derechazo de Tyson, un choque a alta velocidad, eran gags humorísticos más que situaciones donde la vida se ponía en juego. Con la entrada en escena de la muerte el tono festivo cambia y transforma ese sinsentido alegre en algo más real y palpable. Y ese tono que muta viene de la mano de un cambio importante en el disparador del argumento: ya no es una fiesta lo que lleva a Phil, Stu y Alan a hundirse en sus aventuras. La idiotez de Alan (Zach Galifianakis) ya no es meramente humorística. La preocupación de su familia por su salud mental también nos baja a la realidad de los hechos. Sus frases infantiles pasan primero por la mirada intranquila de sus amigos y luego nos llegan a nosotros despojadas ya de esa irresponsabilidad de las primeas películas. Algo parecido pasa con un personaje que ganó mucha importancia desde la primera parte y que en esta tercera sufre una mutación que lo despoja de su gracia natural: me refiero a Mr. Chow, ese oriental poco dotado interpretado por Ken Jeong. Afeminado y de frases ácidas en la primera película, ahora es una suerte de agente secreto altamente peligroso que repite algunos chistes pasados pero que ya no surgen el mismo efecto. Pareciera que ¿Qué Pasó Ayer? Parte III se conecta más con Todo un Parto (Due Date), también dirigida por Todd Phillips, que con las anteriores partes de la saga. Pero ese nuevo tono adoptado, que tan bien funcionó en la película protagonizada por Robert Downey Jr., no termina de cerrar en una saga cuyo valor dependía mucho de ese clima festivo e irresponsable de las primeras partes. Luego de los títulos que siguen a un flojo final, la película se extiende unos segundos más en un nuevo final totalmente ajeno al resto de la película que intenta volver a lo conocido, aunque ya es demasiado tarde.
God bless America Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen) es una película necesaria. El cine de Hollywood nos tiene acostumbrados a señalarnos a los enemigos de turno de la humanidad. En este caso nos advierte de la amenaza que representa para la justicia, la democracia y la libertad (todos estos valores representados por la bandera de los Estados Unidos de América), la nación de Corea del Norte. Es que la Corea mala heredó de los soviéticos ese gen que los hace buscar el caos cueste lo que cueste, son malos porque no saben ser de otra manera. Y si bien lo son hace tiempo, ahora tienen armas de destrucción masiva, y Estados Unidos teme que se atrevan a utilizar una bomba atómica contra poblaciones civiles ¿Pero a quién se le ocurriría hacer algo semejante? A una nación malvada, claro está. Es que Corea del Norte ganó tanto poder con el tiempo, que ahora pueden invadir Estados Unidos y secuestrar a su presidente sin problemas. Así es como, en la película de Antoine Fuqua, un grupo terrorista de Norcorea invade la Casa Blanca sin mucha resistencia del ejército más poderoso del mundo. Los coreanos del norte contaron con la ayuda de un avión, aunque no sabemos muy bien como llegó hasta la Casa Blanca, un ejército de turistas con poderosas armas, jóvenes entusiastas suicidas, espías infiltrados y americanos colaboracionistas. Ataque a la Casa Blanca toma un poco de todas las películas de acción y hace un collage desprolijo de repeticiones sin criterio. No hay escena, diálogo o chiste que no haya sido visto en otra película. Quizás el mayor plagio sea a Duro de Matar, pero sin Bruce Willis... paso. Es que a una película como esta solo la puede salvar del desastre, mas no del fracaso, un protagonista con algo de carisma y personalidad. La autoconciencia y la autocrítica salvó a muchos héroes de acción de esos valores pasados de moda que perseguían. El problema de esta película (además de la película en si y sus valores) es que la protagoniza Gerard Butler, un actor que se hizo con justicia una muy mala reputación. Algunos dirán que es preferible verlo en una película de acción que en una comedia romántica, pero en todo caso eso sería un triste consuelo. Lo siguen Aaron Eckhart como el presidente secuestrado y Morgan Freeman como el presidente interino, cuya voz institucional hablándole al pueblo se convirtió en un lugar común, que combina con el resto de la película. El héroe individual que salva a Estados Unidos de la destrucción, los líderes peleando por la salvación de su pueblo, la música indicándonos el clímax emotivo, los aplausos, la bandera de la libertad flameando, God bless America!
Jack y las habichuelas En la previa, Jack el Cazagigantes promete ser una película innecesaria, de esas que, incluso antes de ver el tráiler, sabemos que fueron hechas por encargo y que su único objetivo es recaudar. Espejitos de colores para niños. El poster no ayuda mucho a desbaratar ese prejuicio y los primeros minutos de la película tampoco. Todo comienza con un montaje paralelo básico y feo, entre dos hogares, uno rico y otro pobre, donde se le cuenta la misma historia a un niño y a una niña, uno plebeyo y la otra princesa. Sigue con imágenes que grafican esa historia que están oyendo, la de Jack y las habichuelas mágicas claro está, y esas imágenes son aún más básicas y feas que el montaje. Quizás todo esto le juega a favor, porque cuando las expectativas ya están por el piso y se pierde toda fe en que esto mejore, remonta considerablemente. Nos encontramos ante una película de aventuras infantil, con todo lo que debe tener una película de este estilo. No se mueve de la estructura clásica del género, no tiene que hacerlo, pero logra esquivar ciertos clichés molestos de las películas por encargo. Para empezar la princesa no es objeto de deseo de nadie más que del héroe, el villano con el que se tiene que cazar no la quiere, y el gigante lo único que quiere hacer con ella es comérsela (literalmente). El 3D acompaña la narración y se pone a su servicio, no hay escenas exclusivamente para "sorprender" al espectador que ve como las imágenes se le vienen encima (ya pasó el furor de esta tecnología, dejen de tratarnos como idiotas). Incluso hay un gran uso en las escenas donde la cámara se posiciona en picado para simular una subjetiva de los gigantes, que logra hacernos creer que estamos viendo gente muy pequeña. Los villanos se van tomando la posta, al morir uno aparece otro, lo que hace la historia menos predecible y más llevadera. El director Bryan Singer (Los Sospechosos de Siempre, X-Men, Superman Regresa, entre otras) ya nos tiene acostumbrados a películas que, gusten o no, entienden el tono de lo que está contando. Uno de los guionistas es Christopher McQuarrie, también guionista de Los Sospechosos de Siempre y director de la muy buena Jack Reacher: Bajo la Mira, estrenada este año. Jack es interpretado por Nicholas Hoult, el niño de Un Gran Chico que hace poco protagonizó Mi Novio es un Zombie. Su cara lavada de imperfecciones y gestos acompañada por un peinado inverosímil calza perfecto con la irrealidad de la fábula que se está contando. La joven Eleanor Tomlinson interpreta a la princesa Isabelle. Ewan McGregor es el caballero de la corona, que no está caricaturizado ni exagerado, está a tono con una película que no hace del humor y la autoconciencia una parodia obscena. Qué distinto hubiese sido este papel interpretado por un monigote como Johnny Depp. El gran actor de reparto Stanley Tucci es el primer villano. Además hace una aparición una institución en lo que refiere a películas de aventura: el pequeño Warwick Davis, que participó en varias producciones del género: El Retorno del Jedi, Laberinto, Willow, La Amenaza Fantasma, Harry Potter, Narnia y muchas otras peliculas de aventura menos conocidas. Jack el Cazagigantes es una buena película infantil. Se puede hacer cine para niños sin hacer un cine efectista y vacío. Bryan Singer nos trae una vez más una aventura con buen tiempo y consciente del género.
The last picture show Efectos Colaterales puede significar la última película de Steven Soderbergh. El director de Traffic (2000), La Gran Estafa (Ocean's Eleven, 2001) y Contagio (Contagion, 2011), entre muchas otras, anunció que a sus cortos 50 años se retira de la dirección cinematográfica. Aunque no parece muy probable que sea verdad, o mejor dicho, es probable que sea verdad hoy pero no mañana. En su supuesta última incursión en el cine, Steven Soderbergh hace una película desconcertante, y este desconcierto le juega tanto a favor, al momento de construir un Thriller donde el factor sorpresa toma relevancia, como en contra. Inicialmente, y ayudada por el nombre y el tráiler, la película se nos presenta como una fuerte crítica al rol de las farmacéuticas en esta sociedad donde los medicamentos psiquiátricos son un condimento del que se abusa para sobrellevar la vida, esa vida que no llena, que no es como uno la imagina. Emily (Rooney Mara) es una joven inestable que, al salir su marido (Channing Tatum) de prisión, comienza a sufrir una depresión que la lleva a un intento fallido de suicidio. Es ahí donde se comienza a tratar con el Dr. Banks (Jude Law), un psiquiatra que la medica y que deberá contactarse con la anterior psiquiatra de Emily (Catherine Zeta-Jones) para conocer sus antecedentes. A esta altura están todos los personajes del poster presentados. Para acentuar la idea de que nos encontramos ante una película de denuncia, el guionista es Scott Z. Burns, el mismo de Contagio, que parecía querer volver a realizar una película de esas que toman un tema importante que afecta a la sociedad para explicarlo, para desenmarañar esa red de la que todos somos parte pero que nadie conoce (hasta que vemos una de estas películas y comprendemos). Toda esta parafernalia se termina cuando la protagonista comete un asesinato bajo los efectos de las drogas. Desde ahí se construye un thriller lleno de mentiras y la película toma un rumbo que no esperaba. El punto cambia, lo que parecía una crítica ahora deja de serlo. La película ya no señala el problema, ya no se preocupa por emitir un juicio sobre el asunto, solo se limita a utilizarlo como un medio para el desarrollo de la trama. Los personajes dejan de ser juzgados, no existen los buenos y los malos realmente, existen solo los inocentes y los culpables de este caso específico. El thriller comienza y funciona, aunque depende de este desconcierto inicial y de una más que rebuscada verdad. Finalmente se desenmascara un poco rápido y asigna demasiado tiempo a una conclusión, que asume sorpresiva, pero que se convierte en la más lógica ya conocidos los hechos. Steven Soderbergh, luego de una no muy extensa pero prolífica carrera, le pone fin con una insinuación aleccionadora que felizmente desemboca en un thriller sin reflexiones de sobra.
Dead Romeo & Juliet En el inicio, Mi Novio es un Zombie plantea una nueva visión dentro del universo de los muertos-vivos: la del zombie. Así es como se nos presenta a R (Nicholas Hoult, mejor conocido como "el pibe de Un Gran Chico"), una especie de zombie con conciencia, que difícilmente puede enunciar alguna que otra sílaba pero que piensa y razona con total naturalidad. Jonathan Levine, el director, se aprovecha del siempre mutante subgénero zombie y lo adapta a su conveniencia. Y no está mal, si hay algo característico en el concepto muerto-vivo es su arbitraria adaptabilidad. Cualidad que a veces es muy positiva y enriquecedora, y otras da lugar a experimentos fallidos o simplemente a películas chotas. En los primeros minutos se muestra lo mejor y más original de Mi Novio es un Zombie. Vemos a R caminar por un aeropuerto repleto de zombies que pululan parsimoniosamente de un lugar a otro buscando algo de carne viva para comer. Su conciencia nos habla en off y marca las primeras pinceladas de humor. En ese momento la película parece querer tomar un rumbo parecido a Tierra de Zombies (Zombieland) pero más torpe, casi emulando el ritmo cansino de los que no pudieron escapar al apocalipsis. Y así sin mucho más dejo de contar los pro para pasar rápidamente a los contra. Aparece en escena Julie (Teresa Palmer), la versión rubia de Kristen Stewart. Desde ahí lo que podía ser un buen intento de humor zombie se convierte en una película de romance adolescente, con todo lo que eso implica. Entonces R se nos descubre en nuestra imaginación como Romeo, y Julie como Juliet, para sellar una no muy sutil referencia a ese mítico amor imposible de la obra de Shakespeare. En este punto ya sabemos que nos van a deber la sangre y las vísceras, porque si la pantalla se tiñera de rojo la clasificación subiría de ese púber SAM13 a uno que deje afuera a toda la franja etaria para la que fue dirigida la película. Como si los adolescentes fueran espectadores de la más baja estirpe (no digo que lo sean... tampoco me atrevo a decir lo contrario), la película queda lavada, no solo de sangre, sino de cualquier tipo de conflicto más o menos relevante. Una historia de amor entre dos seres diferentes sin muchas piedras reales en el camino. Así planteada, Mi Novio es un Zombie parece encasillarse en ese montón de películas de amor, que inicialmente se presume imposible, entre dos seres diferentes e incompatibles, que no encuentra apoyo y deberá lucha para dejar de lado las diferencias. Un canto a la diversidad. Pero no, la película esquiva esta obvia y gastada pero noble idea. La esquiva para caer en la más conservadora idea de normalización del diferente. Lo que parecía una oda a las diferencias y a la aceptación del otro tal como es, se convierte en una batalla por igualar. No mates al indio, evangelizalo. De esta forma, los que no pueden ser curados "los matamos, pero no nos sentimos culpables, ellos no tenían remedio", como bien dirá en la película el no tan copado de R. Además de los ya citados roles principales, también participan en la película Rob Corddry como M (Mercutio, para seguir con las complejas referencias) el amigo zombie de R, John Malkovich como Grigio el estricto líder de la resistencia humana y padre de Julie, y Analeigh Tipton la amiga de Julie. Todos con actuaciones lavadas, como la película entera. Pero tampoco hay que ser tan duros, la película es inocente como los jóvenes a los que va dirigida, seguramente no tenían malas intenciones... Viva el amor entonces, la única forma de normalizar al anormal.
Hitchcock for dummies Hitchcock, el Maestro del Suspenso es un biopic, o para ser más preciso una fracción de un biopic. La película narra el pequeño período de la vida de Alfred Hitchcock que comprende la realización de Psicosis, su film más exitoso y recordado. Está basada en el libro Alfred Hitchcock and the Making of Psycho de Stephen Rebello. La película se posiciona temporalmente en 1960, luego del éxito de Intriga Internacional (North by Northwest, 1959), cuando Hitch, que con tan solo 60 años era considerado por la prensa como un director viejo (¿Qué dirían de Manoel de Oliveira?), decide adaptar el libro de Robert Bloch, sin el apoyo del estudio y financiando él mismo la película. Aunque en general los biopics buscan aproximarse lo más posible a la figura del biografiado, en este caso Anthony Hopkins caricaturiza al maestro del suspenso de una forma casi grotesca. Para empezar hay sectores de su rostro que no se mueven, porque claramente son de látex, y esa imagen choca y distrae (compite cabeza a cabeza con Cloud Atlas en la categoría: peores máscaras del año). Lo inanimado de su rostro se acentúa porque solo un par de gestos pudo sacarle a Alfred el gran Hopkins, y hace uso y abuso de ellos durante toda la película. Sacha Gervasi, en la dirección, hace con el film lo mismo que con el rostro de Hitchcock, toma un par de características conocidas del maestro del suspenso y las muestra y subraya hasta el hartazgo. No se aleja en ningún momento de una mirada superficial de ciertos rasgos del director. Así es como la relación con "sus mujeres" se adueña de todo el biopic: la misoginia, la obsesión, el maltrato, los celos, el voyerismo. Parece que no hubieran muchos más matices en la personalidad de un personaje tan atractivo y enigmático como era Hitch, o al menos parece que lo evidente de esas características nos saltan a la cara. Es que la película se encarga de reducirlo a todo eso que ya sabíamos de él, y de reducir Psicosis, de un acto voluntario de su genialidad, a un mero resultado de sus patologías. Pero no todo fue en vano, el papel de Alma Reville lo interpreta la inagotable Helen Mirren, que siempre está bien y que a sus sesenta y largos es más atractiva que muchas veinteañeras. La sigue Toni Collette como Peggy Robertson, la asistente de producción de Sir Alfred, y Scarlett Johansson y Jessica Biel, como Janet Leigh y Vera Miles respectivamente, dos actrices destacadas por su belleza que interpretan a actrices destacadas por su belleza. Hitchcock, el Maestro del Suspenso es una película que no está a la altura de Hitchcock (aunque parece difícil estarlo) y que no alcanza para llenar las expectativas que había generado. Aunque hay que ser justos, la película no había generado tales expectativas (el poster ya asustaba un poco), de eso nos tendremos que hacer cargo algunos espectadores ingenuos.
Acción en Chernobyl Finalmente llegó a nuestros cines la quinta parte de la saga de acción que popularizó John McTiernan (director de la primera y la tercera) a fines de los '80. Aquella película que comenzó todo, estrenada en 1988, también fue la que catapultó la carrera de Bruce Willis, que durante los últimos 25 años participó en una gran cantidad de películas, muchas de ellas muy recordadas, e incluso se dio el lujo de actuar bajo la dirección de grandes nombres como Quentin Tarantino, Robert Zemeckis, Brian De Palma y Wes Anderson. En esta última entrega la dirección quedó a cargo de John Moore, el director irlandés que debutó en 2001 con Tras Líneas Enemigas (Behind Enemy Lines) y siguió con algunas otras películas mediocres, y el guión fue realizado por Skip Woods, que entre otros fracasos hizo Swordfish, Acceso Autorizado (Swordfish, 2001) y Hitman, Agente 47 (Hitman, 2007). Como era de esperarse, basando nuestras esperanzas en estos nombres, el resultado no cierra por ningún lado. La Fox debe haber pensado que la saga se vende sola y no era necesario contar con un equipo distinguido. La película trae de nuevo a un John McLane (Bruce Willis... aunque está de más aclarar) con varios años encima, al centro de la acción. Esta vez los lugares elegidos serán Moscú y la ya utilizada planta nuclear de Chernobyl. McLane debe viajar a Rusia en busca de su hijo (Jai Courtney), al que cree involucrado en algún asunto de drogas, que está a punto de ser condenado por asesinato. Como es de esperar queda en el medio de un conflicto con gente armada, porque viste como son los rusos, ante cualquier problema empiezan a los tiros, y encima hay chechenos, que son extremistas y violentos, y hablar de Rusia sin hablar de plutonio y armas de destrucción masiva es, por lo menos, irresponsable. Últimamente, lo que conocimos como "cine de acción", que tanto dio de comer en la década del 80 y 90, es revisado en películas que toman la autoparodia como eje. Así es como las Indestructibles (The Expendables), El Último Desafío (The Last Stand) y muchas otras, adaptan un cine que ya no parece encajar con la sociedad actual. Esta última entrega de la saga Duro de Matar no va por este camino, parece haber tomado la decisión de continuar con la estructura, de anteponer la acción a todo. Así es como nos encontramos con una película rápida, muy rápida. Porque el conflicto armado y las explosiones llenan casi todos los espacios en la hora y media que dura la película. No hay lugar para los diálogos filosos ni para largos conflictos de escritorio. En principio esta parecería una decisión más que acertada. El problema es que dando preponderancia a la acción olvidaron el resto. La trama no logra en ningún momento despertar un mínimo de interés, y esa falta de interés hace que todos los disparos y explosiones pierdan sentido, peligrosidad, vértigo. La relación padre-hijo, que sería el tema de fondo de la película, es tocado en algunos diálogos cortos y no muy bien armados. El poco carisma de Jai Courtney ayuda bastante a la falta de química entre los protagonistas. Y como nunca estamos metidos de lleno en los sucesos, las vueltas de tuerca pierden efectividad. Duro de Matar: Un Buen día para Morir me deja con las ganas. Quizás el mayor valor es el de haber enjaulado toda la acción en una película corta (97 minutos hoy no son nada) que no deja mucho tiempo al tedio. El gran problema es que esa acción queda vaciada de sentido por una película que no sabe encausarla.