Hecho con rabia y ganas de llorar
En “Balada triste de trompeta”, parece que Alex de la Iglesia se da el gusto de juntar varios asuntos que conforman el legado cultural de su país y que se manifiestan mediante la forma de obsesiones, a las que aborda con una mirada rabiosa, irreverente y despiadada. En esta película. parece hacer un gran ejercicio de catarsis, algo así como un vómito creativo.
La historia y la estética, desmesuradas ambas, grotescas, esperpénticas, surrealistas, confluyen en un mensaje provocador, que abunda en situaciones y en imágenes chocantes, y hasta repulsivas, que buscan llegar al espectador no de manera complaciente sino más bien agresiva.
La anécdota comienza en 1937, en plena Guerra Civil, cuando un grupo de militares irrumpe en una función de circo para reclutar combatientes y se llevan a los payasos, que justo en ese momento estaban divirtiendo con sus humoradas a unos niños, que se reían con alegría. Momento que queda completamente destruido y violentado para siempre con la intromisión, nada elegante por cierto, de la guerra.
Uno de los payasos, el Payaso Tonto, alcanza a despedirse de su hijo, el pequeño Javier, y a partir de allí, la historia se va a centrar en este niño, que luego crecerá y se convertirá también en payaso, porque eso es lo que quiere, seguir la tradición de su padre y de su abuelo.
Rápidamente, el guión pega un salto en el tiempo y la acción culmina en 1973, con Javier ya adulto, y realizando su deseo y su vocación, pero al mismo tiempo, sin poder eludir la carga trágica y violenta que los acontecimientos históricos dejaron marcada a fuego en su vida. Su padre, finalmente, murió en la cárcel y fue uno de los obreros que ayudó a levantar el Monumento a los Caídos. Javier lleva en el alma otro dolor, nunca conoció a su madre, y además, ha tenido que vivir gran parte de su infancia en soledad, debido al arresto de su padre, y en medio de un país desgarrado por una violencia interna interminable.
La película de Alex de la Iglesia es una alegoría en la que intenta reunir esos grandes tópicos de la historia de España, que no porque sí, la llevó a una guerra fratricida de la que aún hoy perduran remezones.
Por otra parte, el director también homenajea a los grandes directores del cine que influyeron en su estética y a otras figuras descollantes del mundo del arte y del espectáculo, que marcaron esa etapa de la vida española. Hay reminiscencias, entre otros, de Luis Buñuel, Hitchcock, Salvador Dalí, y más acá en el tiempo, homenajes a figuras populares como Raphael, Kojak y una mélange de íconos del pop, mezclando todo en un gran collage desbordante.
La anécdota se desenvuelve en torno a una trágica historia de amor: Javier se enamora de la trapecista del circo donde consigue trabajo, pero resulta que es la novia del otro payaso, el dueño del circo, y se arma un triángulo de pasiones desatadas, capaz de arrasar con todo a su paso.
Plagada de detalles desopilantes y personajes fronterizos, el filme transita cómodamente por un escenario freak, a veces onírico, en el que lo feo, lo grotesco, burdo, violento, fantástico y desagradable es siempre dominante, y sin embargo, no deja de percibirse un anhelo de belleza, la añoranza de una ilusión sublime, muy alla española, pero que queda frustrado por el peso de la tragedia inevitable. Como si lo único que hubiera para celebrar fuera la pasión, la muerte y la destrucción.