LOS AÑOS DE LA BESTIA
El fascismo es bestial, una política eficiente, cruel, omnipresente, un régimen que se introyecta en la vida de quienes lo padecen y lo ejercitan, un circo de(l) terror, como sugiere aquí Alex de la Iglesia que, tras su académico filme anterior, Crímenes imperceptibles, revive intoxicado de furia, no exenta de humor, a través de un exorcismo paródico y un delirio hiperbólico sobre la totalidad y el totalitarismo del gobierno del dictador Franco.
En un prólogo estupendo, el Ejército Popular Republicano irrumpe en un espectáculo infantil. Es 1937, y el payaso interpretado por Santiago Segura estará obligado a sumarse a las filas castrenses, ante la mirada de su único hijo, Javier, quien más tarde también será payaso, no tonto como su padre, sino triste. En la primera lucha cuerpo a cuerpo, más que un payaso parecerá un samurái. No pasará mucho tiempo hasta que las huestes de Franco terminen con su vida, pero esto no impedirá que el padre selle el destino de su hijo, su determinación fatal: la venganza es un buen camino para conjurar la tristeza.
Desde entonces, y hasta 1973, Franco reinó y aquel niño se convirtió en adulto, en un payaso triste, lógica elección para un sujeto tímido y huérfano, que al entrar en un circo madrileño se enamorará de la mujer de su jefe, otro payaso, Sergio, cuya vocación es precisa: “Si no fuera payaso sería un asesino”.
Triángulo amoroso luctuoso e irascible, metáfora en miniatura de una confrontación social, el enloquecimiento progresivo de ambos payasos es una consecuencia de la violencia social de una nación. El fascismo produce kitsch y locura; Alex de la Iglesia lo demostrará.
Como en El día de la bestia y La comunidad, la violencia jamás es gratuita pero sí explícita; las películas de Alex de la Iglesia, bizarras y extremas, insisten en reírse del malestar español en distintas fases de su modernidad.
Las virtudes dispersas del filme se pueden constatar en algunas secuencias extraordinarias: el devenir animal de Javier, que culmina con la persecución de un jabalí en un bosque; el pasaje onírico en el que Javier recordará a su padre; su primera visión de Natalia descendiendo del cielo; los créditos iniciales; la presentación de los personajes del circo. Los travellings, el timing del montaje, la inserción del material de archivo, la predilección por un expresionismo sucio y gore confirman que Alex de la Iglesia es un animal cinematográfico de pura cepa.
El problema en esta ocasión está en que su película es una evidente alegoría de la historia de España, y el imperativo de subrayar y explicitarlo todo termina fagocitando y normalizando la fuerza caótica y rebelde que se percibe en un comienzo. Con faunos o payasos, la alegoría es un recurso de superficies y generalidades.