Mientras participa de un rodaje por momentos caótico, Brisa debe lidiar con un asunto personal que la tiene a maltraer: la adicción de su hijo a una droga destructiva como el paco. El gran mérito de Baldío, film basado en una historia real, es abordar una temática que puede invitar al efectismo con una notoria sobriedad.
El contrapunto entre las tensiones de ese rodaje, comandado a los ponchazos por un director claramente superado por las circunstancias (Rafael Spregelburd, sólido en su papel), y las que esa mujer agobiada debe enfrentar en su intimidad luce muy bien equilibrado. Sobre todo porque, aun en ese entorno opaco, hay algunos pasajes en los que asoma un humor liviano que relativiza los problemas del cine respecto de los más pesados de la vida cotidiana.
Mónica Galán, actriz que falleció en enero último y a cuya memoria está dedicada la película -exhibida en el último Bafici- supo cómo llenar a su personaje de matices, oscilando ingeniosamente entre la angustia, la resignación y la lógica empatía con el que interpreta Nicolás Mateo.
También fueron aciertos una fotografía en blanco y negro muy cuidada, pero no necesariamente preciosista, que marida a la perfección con los climas del relato y una banda sonora que funciona como una especie de monólogo interior de la protagonista.