Filmada en blanco y negro llega a los cines Baldío de Inés de Oliveira Cézar, última película protagonizada por Monica Galán (La otra piel).
Galán interpreta a Brisa, una actriz que está en pleno rodaje de un nuevo trabajo en cine pero que, a la par, atiende a su hijo adicto al paco y que, como es mayor de edad, no puede internarlo sin su autorización. Ella sufre la desesperación de no poder ayudarlo y tampoco cuenta con el apoyo de su ex marido.
En Baldío se profundiza una realidad que sufren muchas madres o padres cuando un hijo tiene una adicción. Pero a pesar del contenido realista del relato, la directora utiliza la tonalidad en blanco y negro, no sólo para acentuar el nivel de pesadez y desesperanza que puede sufrir la protagonista, sino también para darle un panorama de ficción. Al mantener la misma tonalidad también se mezclan las escenas que está rodando Brisa, con momentos del rodaje y la relación con su hijo. Para ella todo termina siendo parte de una misma construcción. Esta vida que puede controlar en un set pero no fuera de él.
Pero si seguimos pensando en el tema del relato, el guion (que parte de una idea de Monica Galán) tampoco profundiza en el drama. En vez de reutilizar los recursos más banales del género como en Beautiful Boy (película que aborda una temática similar), la cámara se mantiene vigilante y demuestra que la película no tiene las respuestas frente a tal situación.
Los conflictos vacíos dentro del set, que son de alguna manera un comic relief con un director desesperante interpretado por Rafael Spregelburd, frente al vacío real de los edificios que usan los drogadictos, hacen un buen contraste, especialmente para mostrar los dos lados de Brisa: uno confiado y certero, el otro callado y a la deriva.
Con un increíble trabajo de Mónica Galán, Baldío presenta un drama sin caer en golpes bajos. A pesar del realismo de la historia, hay un trabajo muy cuidado de la puesta en escena.