Baldío

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Abandonados

Ya desde el contraste del blanco y negro nos predispone a tomar contacto con una película de clima y atmósfera, pero si a eso le sumamos una presencia imponente de la actriz Mónica Galán la experiencia gana en peso dramático y desde lo compositivo. Es que estamos en contacto con un cine diferente, siempre desde los desafíos que propone Inés de Oliveira Cézar pero con un agregado amargo porque la protagonista de Baldío, su último opus, falleció este año y ésta sea quizás su mejor actuación en cine.

Un Baldío como el título indica puede ser un espacio abandonado, aunque eso necesariamente no representa que en su perímetro no haya objetos o personas. También, es la mirada la que configura un espacio y desde la subjetividad de quién mira depende la dinámica de ese espacio abandonado o no.

La protagonista de esta historia, además de ser actriz y llamarse Brisa; además de su reputación de actriz consagrada y respetada por pares y colegas, transita por un período donde siente en carne propia otro tipo de abandono dado que su hijo (Nicolás Mateo) es adicto al paco y además un permanente manipulador de las bondades de su madre, quien sin quererlo por momentos resulta cómplice indirecta de la gran dependencia de su hijo a las drogas o de la necesidad de huir de cualquier rehabilitación, hospital o intento de recuperación cuando no llega ayuda de su entorno. Pero el primero en abandonar a Brisa no es el hijo sino su ex esposo (Gabriel Corrado), quien hace tiempo marcó el límite tras los fracasos de recuperación y optó por formar otra familia.

La premisa que opera en este film juega con límites de paradigmas y representación, desacraliza épicas cotidianas del adicto y se ubica en el terreno sinuoso del amor odio que genera una situación extrema como la adicción, sin esquivar el principal obstáculo que no es otro que el afecto y el rol que se ocupa en un vínculo de dependencia.

La magnitud del drama interno de Brisa contagia también su entorno laboral y en ese espacio simbólico, en medio del rodaje de una coproducción para una película de género, hace mucho más ruido, y aporta a veces una cuota extra de ironía y dramatismo a la vez.

Mónica Galán en un rol difícil se entrega absolutamente y eso es notorio desde el primero hasta el último plano, donde el tiempo entre toma y toma marca además un tiempo interior en la película. Desde lo visual, el blanco y negro permite la entrada de matices y esos grises con escasa luz generan un dramatismo no solemne pero sí de una intensidad que por momentos asfixia. Otro contraste con la “Brisa” en un aire demasiado viciado, en un set de rodaje en el que el artificio sepulta la verdad, aunque el director de cine (Rafael Spregelburd) deba lidiar con algunas vanidades de Brisa en su estado emocional y frágil cuando su cabeza no está en ese terreno laboral y menos dispuesta a ceder un centímetro de orgullo ante la prepotencia.

Baldío es una película de una enorme transparencia, un gran homenaje para Mónica Galán y la trascendencia de lo que deja cuando se enfenta con tanta valentía a la verdad más cruel de los vínculos en la mustia o simulada presencia de un entorno fantasma.