Si Bandido trabaja con eficacia sobre el retrato del ídolo y desactiva el atajo del lugar común que todo lo iguala en un magma de insignificancias, se debe a la delicada composición de Laport y a la perspicacia de Juncos por distanciar adecuadamente a su película de todo lo que invoca el estéril estereotipo en el que lo singular se anula en el nombre del entendimiento masivo. Están el mánager, los músicos, los chorros, el cura, los humildes, los policías y los burócratas. Todos participan en la cúspide dramática de la película de una instancia en la que el poder puede subyugar y la comunidad resistir: la instalación de un sistema de comunicación en el corazón de un barrio humilde por parte de una empresa inescrupulosa que acarreará consecuencias nocivas.