Pasajeros de una pesadilla (El regreso de los muertos vivos)
La saga integrada por Los bañeros más locos del mundo (1987), Bañeros II, la playa loca (1989) y Bañeros III, todopoderosos (2006), las dos primeras entregas dirigidas por Carlos Galettini y la tercera, por Rodolfo Ledo, generó un sorprendente éxito comercial y hasta se convirtió con el tiempo en objeto de culto por parte de ese sector de la cinefilia siempre dispuesto a exaltar el cine clase B más berreta.
A 27 años del estreno de la película original y a 8 de la última, llega Bañeros 4: Los rompeolas, otra vez con Ledo al frente, y el resultado (en todos los sentidos, rubros y ámbitos) no podría ser peor. Un subproducto hecho a las apuradas, con desgano, con piloto automático, con chivos horribles, sin rigor, sin gracia (ni media sonrisa genera) y que, en definitiva, termina siendo una burla al espectador que paga la entrada.
No tiene sentido explicar uno por uno los errores (horrores) de Bañeros 4, que incluyen desde las más básicas cuestiones narrativas (ni siquiera se respeta el eje de cámara o se cuida mínimamente la continuidad) hasta actuaciones dejadas a su suerte (léase gesticulaciones desmedidas, gritos y diversión fingida) por un no-guión con una pseudo trama policial sobre un mafioso que quiere quedarse con los terrenos y el balneario del Aquarium (los animales marinos son lo “mejor” del film).
Nada en Bañeros 4 funciona: ni el humor físico (el peor slapstick que pueda imaginarse queda lejos de la torpeza de esta realización) ni la vulgaridad ni la misoginia de un film en el que Karina Jelinek y Luciana Salazar sólo están en cuadro para exhibir sus curvas y Fátima Flórez, para ofrecer imitaciones a Moria Casán, Susana Giménez (también aparecen, no se sabe por qué, émulos de Jorge Lanata y Juan Román Riquelme).
Todo es tan feo y tan descuidado que quienes asistimos a la privada de prensa no podíamos creer lo que veíamos. Cruzábamos miradas para preguntarnos si en verdad no se trataba de una pesadilla porque eso que estaba en pantalla no podía ser verdad.
Pero es verdad: el cine argentino vuelve, así, a los peores momentos del cine ochentista. Una pena inmensa porque justamente uno de los hechos más destacados de los últimos años fue que la producción industrial de nuestro sector audiovisual había alcanzado un estándar de calidad y solidez incuestionable. Bañeros 4, con su absoluta desprolijidad, su vulgaridad, su carencia de ideas, su nula capacidad de sorpresa, nos remite a los peores fantasmas, nos retrotrae a los momentos más oscuros de una historia que ya creíamos enterrada. El regreso de los muertos vivos.