Un circo sin magia
Bañeros 4: los rompeolas es menos grosera y xenofóbica que los filmes anteriores de esta franquicia, pero tampoco logra erigirse como una comedia popular.
En la nueva película de los bañeros todos los personajes coquetean con la subnormalidad. Todos tienen alguna secuencia en la que exhiben una tara intelectual, como si el humor pasara por una disminución voluntaria de la motricidad y la cognición. Karina Jelinek, por ejemplo, aparece por primera vez corriendo en una playa como Bo Derek en 10, la mujer perfecta. El filme revelará que su voluptuosidad es inversamente proporcional a su sagacidad; de hecho, se terminará casando con el hijo del malvado del filme, cuyo papel se sostiene íntegramente en la estupidez.
Se dirá que se trata de un filme familiar, una comedia pícara para chicos y grandes. Es un producto sostenido por un par de planos de culos femeninos para los padres, unas seis explosiones (digitales) de edificios y autos para los chicos, un par de notas de color en torno a ciertos animales exóticos (en especial los delfines, a los que se les atribuye inteligencia) y ciertos pasajes que pretenden ser gags propios del slapstick (el modelo preferencial es Los tres chiflados) pero que remiten más al universo televisivo, del que proceden la mayoría de los actores. En estas coordenadas, predicar lo cómico de la inteligencia es casi una interdicción, y hay un menosprecio, acaso involuntario, respecto del público: los presuntos espectadores populares (o los consumidores de televisión).
La trama no se caracteriza por la complejidad. Menos aún por el ingenio para sintonizar una sensibilidad auténticamente popular. En síntesis: el villano de la película está dispuesto a todo para convertir en un casino un balneario de Mar del Plata, pero decide mandar primero a su hijo a negociar con la dueña. A su vez, Emilio, un holgazán por naturaleza y el viejo bañero de siempre, ya no puede garantizar el mínimo funcionamiento del balneario. Convocará entonces a cuatro conocidos, ninguno bañero pero todos dispuestos a mudarse a Mar del Plata y a abandonar el restaurante chino en el que trabajan en Buenos Aires. Inverosímiles héroes, plausibles payasos, los bañeros defenderán el balneario apelando a todos los trucos posibles.
La xenofobia está más contenida que en la película anterior: alcanza con convertir en cenizas un local de comida china y maltratar graciosamente a su dueña oriental (interpretada por una actriz que no tiene los ojos rasgados). La homofobia parece haber quedado erradicada. No así el erotismo primitivo: un par de poses seductoras de las actrices y una imitación puntillosa de Moria Casán. Pero esta desaceleración homeopática de la grosería y el humor reaccionario no se traduce en ninguna mejoría cinematográfica. Todo se ve horrible: los efectos especiales, los interiores, los exteriores, las decisiones de montaje, la vetusta musicalización de las escenas.
Bañeros 4 es en el fondo un circo sin magia en el que pasan los números sin mucha lógica de continuidad. Sería hipócrita proclamarlo como una especie de cine para todos. En el cine popular no se olvidan algunas escenas y se ama a los personajes. De este filme ni siquiera recordaremos la simpatía de los lobos marinos.