Vuelven los Bañeros con lo mismo de siempre y cada vez menos.
La saga de Bañeros algunos dirán que es placer culposo, parte de su educación sentimental. Entonces habría que revisar esos “títulos” con los que varios se graduaron. Esto que no sabemos definir qué es, pero con seguridad no es cine -y por lo tanto no se puede analizar con las herramientas cinematográficas- pretende pasar como una comedia de humor popular cuando es populista y populachera: en términos de que ha sido construida por hacedores que sólo piensan en el dinero y en formatear, una y otra vez, aquello con lo que creen se debe reír el pueblo (a quien suponen masa), mirando “desde arriba” mientras revisan la cuenta corriente.
De aquel comienzo en 1987 con comediantes televisivos en auge (Emilio Disi, Berugo Carámbula, Gino Renni, Alberto Fernández de Rosa y luego Guillermo Francella), se pasó a las huestes de Tinelli (Pachu Peña, Pablo Granados y Fredy Villareal) y ahora se busca renovar el reparto agregando algunos integrantes de Peligro sin Codificar (Pichu Straneo, Nazareno Móttola).
Nada funciona. Ni el inexistente guion, ni las ausentes “actuaciones”, ni los chistes apolillados ni los gags avejentados. Y además, siguiendo el uso y costumbre de la franquicia y la ideología que la sustenta, hay que recurrir a chicas esculturales pero, para no desentonar con el hoy, sin cosificarlas. Y aunque lo intenten, se les nota que añoran otros tiempos.
Es increíble que se sigan haciendo estos engendros que atrasan siglos. Pero siempre puede ser peor: que lleven público.
Vergüenza es poco.