Bañeros 5 es pésima y no hace falta detenerse en sus fallas porque todo está descuidado: guión incoherente, gags repetitivos, actuaciones improvisadas, escenografía precaria, extras mirando a cámara, encuadres sin criterio, etcétera. Hasta el espectador más ingenuo sabrá las consecuencias de pagar una entrada para un producto infame.
La operación del filme consiste en trasladar el timing televisivo a un formato cinematográfico. Será el elenco de Peligro: Sin codificar quien tome las riendas y recree los sketchs de las emisiones televisivas. Claro que hay un agravante: la televisión permite la flexibilidad de la conciencia, la dispersión a través del zapping o de actividades paralelas mientras de fondo se escuchan chistes dudosos. El cine, en cambio, es un dispositivo que predispone la concentración y te convierte en rehén durante 90 minutos.
Esta falsificación de formato de por sí es una estafa, porque a Bañeros 5 se la podría fragmentar y dosificar en entregas televisivas de 10 minutos y el efecto de sentido permanecería intacto. Que la cinta acapare salas en complejos de cine acaba siendo una injusticia para otras producciones nacionales forzadas a mendigar una semana en cartel.
La misoginia de la saga, camuflada en humor picaresco, se mantiene: los bañeros llegan a travestirse para manosear mujeres y las nalgas de Sol Pérez se convierten en un fetiche para la cámara. Charlotte Caniggia y Mica Viciconte quedan reducidas a McGuffins para que dos bandos masculinos se las disputen.
La filósofa Hannah Arendt acuñó el término “banalidad del mal” tras descubrir que Eichmann no sufría dilema ético cuando se lo acusaba de ser un engranaje clave en la logística del holocausto. Sin desórdenes psiquiátricos, Eichmann simplemente creía estar haciendo lo correcto. No voy a comparar a Rodolfo Ledo, director de la saga de Los Bañeros, con Eichmann, pero sí me voy a permitir comparar el mecanismo.
De seguro Ledo suponga estar filmando entretenimientos livianos o pasatiempos menores pero no puede reducir su tarea sólo a eso: el daño consiste en disfrazar valores socialmente aberrantes como aventuras simpáticas para toda la familia. Una irresponsabilidad firmada por Ledo y amparada por un entramado social que incluye a técnicos, actores, productores, distribuidores y a los mismos espectadores.
De seguro Ledo suponga estar filmando entretenimientos livianos o pasatiempos menores pero no puede reducir su tarea sólo a eso: el daño consiste en disfrazar valores socialmente aberrantes como aventuras simpáticas para toda la familia. Una irresponsabilidad firmada por Ledo y amparada por un entramado social que incluye a técnicos, actores, productores, distribuidores y a los mismos espectadores.
Grandeza ética es no consumir esta película, un mínimo compromiso para erradicar la banalidad del mal en el cine argentino.